Dentro del cristianismo, se trata de la máxima sanción impuesta a los pecadores; no solamente quedan excluidos de los sacramentos, sino que desde ese momento se les considera destinados a la condenación eterna.
En el Antiguo Testamento, se condena al exterminio de las personas o cosas afectadas por una maldición atribuida a Dios (ej.
Cuando la palabra fue empleada en la Septuaginta (traducción al griego de las Escrituras originales en hebreo), el término anatema fue usado para traducir la palabra hebrea herem (relacionada con el árabe harama y el hausa haram): «Herem» significaba (y significa) algo «olvidado», «fuera de límites», «tabú» o «dado irrevocablemente a la destrucción por no afecto»; también algo «maldito».
Desafortunadamente dentro de la lengua inglesa, no se encuentran términos afines, y tampoco en castellano.
En ese sentido la forma de la palabra fue utilizada una vez (en plural) en el Nuevo Testamento griego, en Lucas 21:5, «más tarde, cuando hablaban algunos respecto al templo, como estaba adornado de piedras hermosas y «exvotos», («Ἀναθέμασ»), dijo “en cuanto a estas cosas que contemplan, los días vendrán en que no se dejara aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”».
El texto griego original Ἀναθέμασ, (anatemas), en este contexto suele traducirse como «exvotos», «ofrendas» o «regalos».
Hay como siempre una mirada alternativa: que la palabra griega «anatema», en estos pasajes, fue usada por los traductores de la Septuaginta griega para significar «ofrenda a Dios», sin las connotaciones negativas, pero es algo en terreno de discusión.
La mirada tradicional es que en el Nuevo Testamento la palabra anathema siempre implica deshonra, exclusión y castigo.
Bajo una mirada alternativa, San Pablo está expresando el deseo de «ofrecerse a Dios» por Cristo.