Arte y cultura en el franquismo

Más aún, buena parte de la producción artística y cultural española de la época fue realizada por autores ideológicamente opuestos o indiferentes, o con criterios estéticos completamente ajenos a una estética fascista (Laforet, Buero Vallejo, Aleixandre —literatura—, Dalí, Miró, Tàpies —pintura—, Serrano, Chillida, Oteiza —escultura—, Sáenz de Oiza, Fisac —arquitectura—, Bernaola, De Pablo —música—, Berlanga, Bardem, Saura —cine—, Grande Covián, Catalán, Tello, Zulueta —ciencias naturales—, Vicens Vives, Maravall, Domínguez Ortiz, Julio Caro Baroja, Sampedro, Estapé, Linz —ciencias sociales—).A algunos de esos creadores se les sitúa con mayor o menor precisión en el denominado exilio interior,[12]​ aunque muchos de ellos, lo tuvieran o no desde el inicio, terminaron alcanzando un gran reconocimiento social e incluso oficial,puesto que el régimen se esforzó en mantener una actitud inclusiva hacia los productos culturales que no fueran identificados como un desafío directo de la oposición.[18]​ Lo pretendiera o no, el franquismo no consiguió imponer una cultura totalitaria uniforme con carácter excluyente de otras manifestaciones culturales, y las fuentes historiográficas suelen utilizar los términos «tradicionalista», «autoritaria» y «dictatorial» para describirla.Otros exiliados interiores de evidente trayectoria fueron Juan Gil Albert o Rafael Cansinos Asséns.[41]​ Otros, como Camilo José Cela o Pío Baroja, han tenido más fortuna.[42]​ El alineamiento en uno u otro bando de la guerra civil fue haciéndose algo difuso para un grupo cada vez mayor de personalidades intelectuales, tanto del exilio como del interior, convergiendo en lo que se ha venido en llamar una tercera España.reseca historia que nos abraza con acercarse solo a mirarla; paloma buscando cielos más estrellados donde entendernos sin destrozarnos, donde sentarnos y conversar.La alianza del centinela de Occidente (retórica expresión referida a España y al propio Franco, identificados entre sí) con los Estados Unidos para la defensa del mundo libre había pasado a ser el apoyo clave.Incluso se solicitó el ingreso en el Mercado Común Europeo, que fue denegado por la falta de homologación democrática (1962).El régimen adaptaba su ideología de lo carismático a lo tecnocrático (denominación que se utilizaba para designar a los expertos pragmáticos ligados al Opus Dei), mientras que las alternativas ideológicas se planteaban cada vez con mayor audacia.Entre esos nuevos autores de los años cincuenta se encontraban dramaturgos, novelistas y poetas de la talla de Alfonso Sastre, Francisco Nieva (teatro), Ignacio Aldecoa, Luis Martín-Santos, Armando López Salinas, Jesús Fernández Santos, Rafael Sánchez Ferlosio —hijo del falangista Sánchez Mazas—, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Juan Benet, Alfonso Grosso (narración, con gran importancia del cuento o relato breve) José Hierro, Jaime Gil de Biedma, José Manuel Caballero Bonald, Ángel González, Gloria Fuertes (poesía), Juan García Hortelano, Josep Maria Castellet (creación y crítica literaria).[55]​[56]​ Algunos casos habían optado por la salida a un segundo exilio (Fernando Arrabal, Juan Goytisolo, Agustín Gómez Arcos).[57]​ El impacto editorial del boom latinoamericano tuvo una gran influencia (editor Carlos Barral).Además del referente escurialense, se utilizaban elementos del vocabulario neoclásico (también se ha utilizado el término neovilanoviano, por Juan de Villanueva), ruralistas o regionalistas, por lo que puede hablarse de un estilo ecléctico.En la década de 1950 se produjo un renacer del arte español, con la llegada de la siguiente generación, que se lanzó a la innovación con obras expresionistas y abstractas, la llamada escultura abstracta española: Pablo Serrano (1908-1985), Pablo Palazuelo (1915-2007), Eusebio Sempere (1923-1985), Martín Chirino (1925-2019) y Andreu Alfaro (1929-2012).Destacó un núcleo vasco de escultores: Jorge Oteiza (1908-2003), Eduardo Chillida (1924-2002), Agustín Ibarrola (1930-2023), Néstor Basterretxea (1924-2014), Patxi Xabier Lezama (n. 1967)).[76]​ Una nueva generación de pintores desarrolló, de forma prácticamente simultánea a otros informalismos (expresionismo abstracto estadounidense, pintura matérica y tachismo franceses), el arte abstracto español o informalismo español,[77]​ muy extendido geográficamente (con un núcleo catalán en torno al grupo Dau al Set —Antoni Tàpies, Modest Cuixart, Josep Tharrats y el crítico Juan Eduardo Cirlot—, otro madrileño en torno al grupo El Paso —Manolo Millares, Antonio Saura, Rafael Canogar, Luis Feito, Juana Francés, Manuel Viola y los escultores Pablo Serrano y Martín Chirino—, otro aragonés en torno al grupo Pórtico —Fermín Aguayo, Santiago Lagunas—, otro en Canarias, de donde provenían Millares y Chirino —César Manrique—, etc.) que Fernando Zóbel, Gerardo Rueda y Gustavo Torner consiguieron visibilizar en el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca.También hubo abstracción analítica (Equipo 57 —fundado en París por un grupo de escultores, pintores y arquitectos españoles: Oteiza, Ibarrola, Ángel Duarte—)[78]​ La pintura figurativa no fue menos rupturista (Grupo Cántico de Córdoba, hiperrealismo —Antonio López, Eduardo Naranjo—,[79]​ Estampa Popular —José Ortega, Ortega Muñoz, Rafael Zabaleta, Ricardo Zamorano, José Duarte, Alejandro Mesa, Antonio Saura, Agustín Ibarrola, Josep Guinovart, Albert Ràfols-Casamada—[80]​) llegando a lo explícitamente combativo (Juan Genovés), incluso desde presupuestos pop (Equipo Crónica).[82]​ A medida que fueron obteniendo reconocimiento internacional (Bienal de Venecia, Bienal de Sao Paulo), incluso las instituciones más próximas al régimen, como las grandes empresas y la Fundación Juan March, se convencieron de lo conveniente y poco arriesgado que había pasado a ser mostrar su apoyo a los nuevos movimientos plásticos.Entre ellos, el Servicio Nacional de Bellas Artes, dirigido por Eugenio d´Ors a través del que se abordó la cultura y la vida musical española desde ámbitos distintos.Toda la actividad musical del país se encontraba regida por el organigrama definido desde estos Servicios Nacionales.La música popular estuvo presidida por la denominada canción española, en la que intérpretes como Imperio Argentina, Concha Piquer, Juanita Reina, Juanito Valderrama o Lola Flores ponían voz a la obra de compositores y poetas de extraordinaria calidad, como Quintero, León y Quiroga.Además de las folclóricas o tonadilleras, los protagonistas de la canción ligera más del gusto del Caudillo y su esposa acudían a las galas benéficas y a las recepciones presididas por éstos; no obstante muchos han procurado distanciarse posteriormente (Sara Montiel, Marisol, Rocío Dúrcal, Manolo Escobar, Rosa Morena, Rafael, Julio Iglesias, Víctor Manuel,[94]​ etc.)[95]​ El jazz en España se desarrolló en un entorno minoritario y elitista.La canción protesta o de cantautores fue utilizada como un mecanismo de oposición (Els Setze Jutges —entre los que se contaban Joan Manuel Serrat, Maria del Mar Bonet y Lluís Llach—, Luis Eduardo Aute, Rosa León, Raimon, Cecilia, Paco Ibáñez, Chicho Sánchez Ferlosio —hijo del falangista Sánchez Mazas y hermano del novelista de los 50—).La colaboración con el cine alemán e italiano durante la guerra mundial dio paso, tras la derrota del Eje, a la recepción del cine estadounidense en un entorno de censura nacionalcatólica; y a una producción interior, sometida a un férreo control económico (el crédito sindical), en la que únicamente contados cineastas e intelectuales próximos a Falange se pudieron permitir algunas producciones de carácter crítico (Surcos —1951, dirigida por José Antonio Nieves Conde y con guion de Gonzalo Torrente Ballester—).Simultáneamente, directores como Luis García Berlanga (Bienvenido Mister Marshall, 1953), Juan Antonio Bardem (Muerte de un ciclista, 1955), Marco Ferreri (El pisito, 1958), Francisco Rovira Beleta (Los Tarantos, 1962), Manuel Summers (Del rosa al amarillo, 1963), Fernando Fernán Gómez (El extraño viaje, 1964), Basilio Martín Patino (Nueve cartas a Berta, 1965), Carlos Saura (La caza, 1965) o Víctor Erice (El espíritu de la colmena, 1973), junto a guionistas como Rafael Azcona y Pedro Beltrán y productores como Elías Querejeta, iban encontrando los resquicios que permitía la cada vez más flexible censura y consiguieron películas que pueden considerarse alternativas, tanto por su carácter excepcional como por su renovación estética y de contenidos.[103]​ De entre los programas de entretenimiento destacó la repercusión alcanzada por los de José María Íñigo y por concursos como Cesta y puntos (1965), Un millón para el mejor (1968) y sobre todo Un, dos, tres... responda otra vez (Ibáñez Serrador, desde 1972); Joaquín Soler Serrano, que comenzó con el concurso Carrusel (1960), llegó a ser el entrevistador más prestigioso (A fondo, desde 1976, ya en la transición).
Friso con epigrafía latina y emblema del CSIC , Madrid, 1939.

«Hay que imponer, en suma, al orden de la cultura, las ideas esenciales que han inspirado nuestro Glorioso Movimiento, en la que se conjugan las lecciones más puras de la tradición universal y católica con las exigencias de modernidad.» (Ley del 24 de noviembre de 1939 de fundación del CSIC). [ 1 ] 1º El Consejo Superior de Investigaciones Científicas, como órgano supremo de la alta cultura española, en el que tienen su elevada representación los más prestigiosos elementos universitarios, académicos y técnicos, gozará de la máxima jerarquía en la vida cultural del país. Alcanzará, por tanto, el puesto más preeminente en las manifestaciones sociales y públicas de cultura de la esfera nacional y en las relaciones con el mundo científico exterior.

2º El Consejo Superior tendrá por Patrono espiritual de todas sus empresas al glorioso san Isidoro arzobispo de Sevilla, que representa en nuestra historia el primer momento imperial de la cultura española.

3º El emblema será, siguiendo y adaptando la tradición luliana , un « arbor scientiae », que represente un granado, en cuyas diversas ramas se aluda en lengua latina a las manifestaciones científicas que el Consejo cultiva. Este emblema servirá para las medallas o insignias de los Consejeros, para «ex libris» de sus revistas y publicaciones y para sello en los papeles de sus relaciones sociales (Orden de 8 de marzo de 1940, Ministerio de Educación Nacional — Ibáñez Martín —). [ 2 ]

La inscripción, que glorificaba a la figura de Franco, fue suprimida en agosto de 2010. [ 3 ] ​ Las disciplinas o nombres que deben aparecer en las cartelas del árbol son también objeto de polémica; porque el árbol luliano en sí ya era utilizado como emblema de la Junta para la Ampliación de Estudios desde 1907. [ 4 ] ​ En la versión franquista se dio preeminencia a la teología, de la que las demás ciencias son «esclavas» según el aforismo escolástico philosophia ancilla theologiae ); [ 5 ] ​ aunque tanto en el friso, como en la revista Arbor desde los años cincuenta (las anteriores sí) [ 6 ] ​ se utilizó un logo en el que no aparecen nombres en las cartelas, y que es el que se sigue utilizando en la actualidad. [ 7 ]

Salón de teatro del Palacio de El Pardo . Franco se hacía proyectar en él sesiones privadas de cine. Se hicieron famosas algunas de sus reacciones, como su permisividad ante la escandalosa Gilda —por haberle caído simpática la actriz protagonista, de padre español—, el estimar inofensiva Ana y los lobos de Saura —porque «no se entendía nada»—, o su incomprensión ante el escándalo vaticano por Viridiana —porque consistía simplemente en «chistes de baturros»—. [ 98 ]
Uno de los momentos más impactantes de la televisión del tardofranquismo fue la del angustioso telefilm La cabina , de Antonio Mercero , interpretado por José Luis López Vázquez .