[5] Posteriormente, el alfarero realiza las combinaciones necesarias de agua y arcilla en una batidora eléctrica.
Una vez que se elimina el agua sobrante y pasa por la sobadora (que le proporciona homogeneidad), se tamiza, estando el barro listo para pasar al torno, donde el maestro alfarero se ayuda de media caña para ir alisando la superficie del objeto mientras va girando, y siempre con las manos mojadas.
Las que no van a ser coloreadas después de cocerlas, se vidrian o esmaltan.
[9] Seseña sólo menciona dos,[10] produciendo aún cántaros, lecheras y jarras de diferentes modelos.
El Museo Arqueológico Municipal de Lorca alberga abundantes ejemplos y documentación sobre el trabajo alfarero en la región murciana desde 1600.
Tradicionalmente, los olleros muleños se han especializado en alfarería de fuego, cazuelas, ollas y pucheros, entre otros cacharros para uso doméstico.
A mediados del siglo XVIII comienza a tomar cuerpo industrial en la capital murciana la artesanía de las figuras del Belén,[14] una especialidad alfarera en la que se iniciaron muchos futuros escultores de la tierra, como Juan González Moreno y que llevaron a su zénit artistas como Francisco Salzillo y su impresionante belén, compuesto por 556 figuras.
A finales del siglo XX, la etnóloga Natacha Seseña contabilizaba quince centros artesanos dedicados a producir figuritas de los distintos estilos: "hebreo", "barroco", "clásico", "murciano", "balear", "salcillesco"... Se hacen con moldes y se van desvastando con unos palillos de metal (que no sean de hierro).
Otra pieza típica huertana era el cociol o "barreñón" troncocónico, lebrillo usado para hacer la colada.
Entre los talleres de mayor tradición, continúan trabajando: la familia Tudela, que se inició en la Totana del siglo XVII con Melchor 'Santos' Tudela y sus cinco hijos, y la familia Cánovas.