Tomando como base estos testimonios, más las alocuciones y el parte que redactó Valdés, es posible reconstruir con la mayor fidelidad su desarrollo.
Los accesos desde las Amescoas, todos ellos abiertos por la mano del hombre, trabajando la piedra, a las sierras son pocos y difíciles de superar.
Pero los soldados isabelinos estaban uniformados con chacó, pantalón largo, levita, zapatos, mochila, cartuchera, fusil, bayoneta y sable.
Zumalacárregui se encontraba actuando en el norte de Navarra y al tener noticia de la incursión isabelina, marchó rápidamente a las Amescoas, pero los isabelinos ya las habían vuelto a abandonar.
Esta medida es dolorosa pero cuando el bien de la patria habla, deben callar todos los sentimientos humanos.
Tan pronto como Zumalacárregui fue informado del rumbo tomado por el enemigo, ordenó a los jefes de los batallones acantonados en los cercanos valles de Ega y Berrueza que se pusiesen inmediatamente en marcha hacia las Amescoas.
Henningsen da respuesta a esta noticia: "Ahora que el segundo avance de Valdés se había anunciado, las aldeas quedaron enteramente desiertas.
Todos los habitantes con sus familias, ganado, aves, muebles, se refugiaron en la sierra, huyendo delante de sus despojadores... aquellos artículos que no podían llevar consigo, los enterraban de tal modo que los cristinos, al llegar, se encontraban con los muros desnudos".
Zumalacárregui abandonó Eulate cuando comenzó a acercarse Valdés y situó sus tropas más al fondo del valle.
Tres horas tardó en subir a la sierra el ejército isabelino y tras ellos envió Zumalacárregui una partida para que observase su movimiento.
Cuando poco después desde las alturas le llegaron los correos, informándole que Valdés no se dirigía por el lomo de la sierra hacia Álava, sino que marchaba hacia el este, el jefe carlista quedó desconcertado sobre lo que se proponía hacer Valdés, ya que marchando en esa dirección, tras una penosa travesía por la sierra, sólo podría llegar al cabo de dos días y dando un gran rodeo a Estella, o en tres a Pamplona.
Las otras dos filas podían descansar sin descomponer la formación ni abandonar tampoco los fusiles, aunque estuviesen acostadas.
La primera la consumió en Salvatierra, pero en Contrasta, el hambre por un lado, y en la creencia de que al día siguiente llegarían lo más tarde al anochecer a Estella, les animó a consumir las dos raciones que les quedaban.
(14) Estella Amaneció y en el campamento isabelino la banda de música del regimiento de la Guardia Real tocó diana y a los soldados se les dio el aguardiente al que tenían derecho cuando había previsto un enfrentamiento.
Mi intención era dirigirme a Estella porque la absoluta falta de subsistencias lo exigía; tanto más cuanto que mi objetivo principal estaba cumplido desde el día anterior en que había demostrado al enemigo que podía penetrar en las Amescoas y ocupar o destruir sus pueblos a mi placer, a pesar de la reunión de sus fuerzas.
Con esta idea continué mi marcha al través de los intrincados bosques que cubren la expresada sierra."
En el fondo del valle, los carlistas, según Zaratiegui, también madrugaron: "Al rayar el alba, Zumalacárregui dio orden de que se tocasen durante largo rato las cornetas y cajas y se distribuyesen a las tropas el aguardiente acostumbrado en los días de combate; recorriendo en seguida las compañías y animándolas con algunos breves discursos.
Entonces, con la mayor resolución, tomó cuatro batallones y subió con ellos al puerto de Artaza.
Una vez allí, cuenta Henningsen: "Aunque en las alturas brillaban abundantes las armas del enemigo, solamente podían bajar por este desfiladero, pues las murallas de roca hacían el paso imposible por cualquier otro lado.
Cuando vimos la pequeña fuerza destinada a detener su paso y nos dimos cuenta de que, si ésta era vencida, el torrente que bajaría al valle nos traería segura destrucción a todos, no pudimos menos de mirar con ansiedad el resultado del choque."
El 4º batallón de Navarra, exhausto, ya casi sin municiones, fue relevado por el 6º pero éste, al ser su comandante herido de muerte nada más entrar en combate, se desmoralizó, cediendo sus posiciones, desbandándose cuesta abajo.
Tomado por los cristinos el campo alrededor del pueblo, continuaron descendiendo hacia el fondo del valle nuevamente por una fuerte pendiente, también densamente poblada de árboles y arbustos, encontrándose tras ellos parapetados con los restos de los tres batallones comandados por Zumalacárregui.
La caballería había sido enviada poco antes a bajar al fondo del valle y marchar desde allí en dirección de Zudaire.
En aquella marcha, los soldados isabelinos pronto quedaron descalzos y comenzaron a abandonar gran parte de su equipo para poder moverse más ágilmente por el bosque.
Aquí aguantó a las tropas de Valdés hasta que se le acabó la munición, cediendo finalmente el paso.
Pero desde Zudaire se habían puesto en movimiento los dos batallones alaveses de Villarreal, acosando a la retaguardia isabelina que huía por el valle.
La caballería carlista, a la que pertenecía Henningsen, participó en esta persecución "...picando la retaguardia hasta las diez de la noche.
Tras él venía su hermano Fernando: "Mi batallón se encontró a retaguardia de todo el ejército y serían como las once de la noche cuando, considerando dificilísima mi llegada a Estella, donde habían entrado ya los primeros cuerpos de mi hermano, resolví tomar posición fuera del camino y esperar el día.
En la sierra, cerrada la noche, las dos retaguardias dejaron de enfrentarse, volviendo la carlista a Zudaire y la isabelina, cruzando con mucho sentido común el lomo de la sierra en dirección sureste, llegó a Abárzuza.
Al iniciarse la guerra en octubre de 1833, los partidarios carlistas fueron considerados por el gobierno isabelino como personas facciosas, siendo fusiladas casi sin excepción.