[1][2] Su obra magna, Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, publicada entre 1776 y 1788, es un trabajo fundamental cuya influencia perdura hasta hoy en día, no solo para comprender la evolución historiográfica sobre este tema —que no el estado de la cuestión, dado que la obra está, lógicamente, desfasada—, sino también como sólido hito metodológico en el estudio histórico.Su abuelo había forjado y perdido la fortuna familiar en la burbuja de los mares del Sur.Gibbon era hijo único y en sus memorias se describe a sí mismo como un «muchacho enfermizo».Era pelirrojo, de voz aguda, con una tendencia a la obesidad que se acentuó en su madurez.«Desde mi juventud he sido aficionado al debate sobre temas religiosos», escribió más tarde.Fue allí, en 1764, cuando Gibbon concibió por primera vez la idea de escribir sobre la historia del Imperio romano: Regresó a Inglaterra en 1765, alternando durante los cinco años siguientes su residencia entre Londres y Putney.En ese lapso, en 1774, consiguió un escaño en el Parlamento gracias a un primo rico y permaneció en él durante los ocho años más productivos de su vida sin pronunciar un solo discurso, por lo general apoyando al gobierno, solo con algunas reticencias en la cuestión americana; sin embargo, fue nombrado miembro de la junta de Comercio y Plantaciones, una sinecura que conservó tres años y le rentó 750 libras anuales.[8] Les escocían, en especial, los capítulos quince y dieciséis que concluían el primer volumen; Gibbon incluso escribió A Vindication of some Pasaes in the Fifteenth and Sixteenth Chapters en respuesta a un opúsculo crítico escrito por un tal H. E. Davis.Esta inflamación crónica le causó una incomodidad añadida en una época en que la moda tendía a los calzones ajustados.Se refiere indirectamente a esto en sus memorias cuando comenta: «Puedo recordar solo catorce días verdaderamente felices en mi vida» y «nunca estoy contento sino cuando escribo en soledad».La respuesta obvia que le hubieran dado en su época es porque se trata de la doctrina verdadera.Gibbon, aunque agnóstico confeso, no discute esta causa, sino que la ignora y analiza las causas verdaderas, que son, según él: Todo esto contribuye a explicar la caída del imperio.En esta insistencia en la importancia de las fuentes primarias Gibbon es considerado por muchos como el primer historiador moderno... pero, según el bizantinista Alexander Vasiliev, no sabía bastante griego y debía mucho al historiador francés Tillemont y no poco también a Montesquieu, aparte de ofrecer una visión del Imperio de Oriente sumamente inexacta.[12] El capítulo decimoquinto, que documenta las razones para el rápido crecimiento de la Cristiandad a lo largo del Imperio romano, fue particularmente vilipendiado y causó la prohibición del libro en varios países hasta hace relativamente poco.En precisión, meticulosidad, lucidez, y en abarcar de forma extensiva tan vasto tema, la Historia es insuperable.Es el único libro de historia escrito en inglés que puede considerarse como definitivo.