En 1908 se estableció en Argentina, donde siguió escribiendo y residiría hasta su muerte, salvo por un postrero periodo en que retornó a su Murcia natal.
En su pueblo estableció contacto con las letras a temprana edad ya que su padre Juan de Dios Medina, se hizo cargo del quiosco del balneario de Archena, donde Medina pudo leer a autores como Gustavo Adolfo Bécquer, José de Espronceda, Víctor Hugo o Emile Zola.
En 1891 contrajo matrimonio en Archena con Josefa Sánchez Vera, la que sería personaje indiscutible en su poesía.
En la ciudad de Cartagena publicó su primera obra dramática, El Rento (1898), con la cual Vicente Medina quiso recuperar y dignificar el lenguaje huertano, que era usado cómicamente en las fiestas de carnaval llenándolo de barbarismos y extravagancias, algo que para el autor resultaba indignante.
Fue muy bien acogido por la crítica nacional, principalmente por Azorín, que dijo de este trabajo: .
Las excelentes críticas recibidas, animaron a Vicente a juntar los poemas que elaboró como ensayo para confeccionar El Rento, y surgió así la primera edición de la que sería su obra maestra y más conocida, Aires murcianos (1898).
En 1924 abandonó su empleo por enfermedad, para dedicarse a su obra literaria, editar libros y recorrer Suramérica dando recitales de poesía.
En 1928 se publicó en Murcia una nueva serie de Aires murcianos, llamada esta vez ¡Allá lejicos!
Publicó en 1932 el que será su último libro, Belén de pastores y villancicos (1932), obra extremadamente curiosa que da una idea de cómo Vicente anduvo metido en asuntos políticos.
En abril de 1936, aconsejado por sus familiares, abandonó la Región Murciana para volver a Argentina, y llegó ya enfermo.
Su poesía comenzó con un romanticismo sentimental y después pasó a incorporar un fuerte rasgo de observación naturalista, que le hizo avanzar hacia la denuncia social, mezclada con una mirada impregnada de un muy noble sentimiento popular: la piedad por el prójimo.
El poema "Cansera", perteneciente a la primera entrega de Aires murcianos, ha sido estudiado profundamente por el historiador José Mª Jover Zamora, quien ve en él una fotografía del espíritu español justamente tras los desastres de Cuba y Filipinas de forma previa a la generación del 98.