En su versión más corriente, un ventilador es un aparato que absorbe energía mecánica y la transfiere a un gas, proporcionándole un incremento de presión no mayor de 10 kPa (1000 mm c. a. aproximadamente), por lo que da lugar a una variación muy pequeña del volumen específico y por tanto se podría considerar como una máquina hidráulica.
También de la Antigua Roma hay pinturas en las que se representan esclavos manejando el flabellum.
[1][2][3] En China, el origen del abanico rígido se sitúa hacia 2697 a. C., con el emperador Hsiem Yuan, y la referencia escrita más antigua (1825 a. C.) menciona dos abanicos de plumas ofrecidos al emperador Tchao Wong, de la dinastía Zhou.
[cita requerida] En 1836, Omar-Rajeen Jumala creó el primer ventilador mecánico, consistía en unas grandes aspas metálicas o de madera impulsadas por unas ruedas hidráulicas y en principio su uso estaba destinado para las fábricas y para las minas de carbón.
Casi simultáneamente apareció en Alemania una versión de techo creada por el ingeniero Philip Diehl.
Dicho flujo se puede utilizar como soporte para transportar otras sustancias u otros materiales como ocurre en la fluidización en la que partículas sólidas (cenizas, polvos, basuras, etc.) se mueven suspendidas en una corriente de un fluido.
[cita requerida] No existe una clasificación:[5] de los ventiladores que se pueda considerar oficial o reconocida.
Los ventiladores helicoidales pueden mover un gran caudal, pero comunican poca presión al aire, por lo que no se suelen utilizar en instalaciones de conductos.
Para este caso los ventiladores habituales son los centrífugos, que pueden vencer una pérdida de carga elevada.
Obsérvese que a descarga libre, es decir cuando la presión estática (Pe) es nula, el ventilador da el máximo caudal que puede mover; en este punto la Presión total es igual a la dinámica (Pt = Pd).