En esta Ortografía acordada entre las distintas academias se recomienda usar el nombre «uve» para evitar confusiones.
Se corresponde a la letra V del alfabeto latino o romano moderno.
La v se empleó en la Alta Edad Media, en posición inicial, cada vez con más frecuencia.
Evolución probable del grafema: A efectos de esta grafía, importa considerar que el latín contaba con el fonema consonántico /b/ (oclusivo sonoro bilabial) y con el fonema vocálico /u/; el primero, se escribía con B y el segundo con V.
Este fonema vocálico poseía alófono no silábico [w] caracterizado como aproximante labiovelar.
Tras producirse determinados cambios fónicos del tipo HOIC > HVIC, la anterior situación dejó de ser predecible, por lo que ese alófono se fonologizó y consonantizó en forma de /β/ (fricativo bilabial sonoro, que sería el correlato sonoro del fonema /ɸ/).
Según algunos estudiosos, como Alarcos Llorach, esa distinción se mantendría hasta el siglo XV, aunque en opinión de otros habría desaparecido antes.
Hay muchas dudas sobre la naturaleza de la pronunciación de la V en castellano medieval hacia esos siglos, pues no hay pruebas concluyentes al respecto y además parece claro que hacia el siglo XI esa pronunciación ya era otra vez /β/.
Dámaso Alonso, por ejemplo, afirma que en el norte peninsular esa pronunciación labiodental no se dio por influjo del vasco y del sustrato en general, pero reconoce que sí se dio en el sur.
Según los estudios realizados, casi todo el español habría perdido la distinción entre las grafías B y V en torno al siglo XV.
Siguiendo los nuevos criterios ortográficos, la «v» del imperfecto de indicativo pasó a «b», como era en latín.
En la mayoría de los lenguajes que usan el alfabeto latino, la letra «v» representa una fricativa labiodental sonora (/v/), tal como sucede en el inglés.
En el siglo XIX, la «v» era a veces usada para transcribir el chasquido palatal ahora representado por /ǂ/.