Su madre, Louise Castérot, era una mujer piadosa y preocupada por sus hijos que ocasionalmente trabajaba de costurera.
Corrían tiempos difíciles en Francia y la familia de Bernadette vivía en pobreza extrema, particularmente desde que ella cumplió diez años.
Primero, su padre Francisco perdería un ojo en un accidente de trabajo y quedaría tuerto.
Durante su niñez, el cólera causó 38 muertos y centenares de afectados en Lourdes.
En otoño de 1855, esa enfermedad atacó a Bernadette dejándola sumamente debilitada.
Había conocido la miseria hasta pasar hambre y ver a sus hermanos repartirse un mendrugo de pan.
Por segunda vez oyó el mismo rumor, entonces en el interior de la gruta vio a una «jovencita» (que en su decimosexta aparición se identificaría como la Inmaculada Concepción).
[3] Así narró Bernadette la primera aparición:[2] La «joven», a quien Bernadette comenzó llamando «Aquélla» (más precisamente, «Aquerò», que en la normativa estándar actual se expresa como Aquera) y después «Señora» («uo petito damizelo», que en la normativa actual se expresa como ua petita damisela), se le presentaría dieciocho veces.
La Señora no se lo dijo de momento y le propuso una cita diaria durante quince días.
La niña siempre mantuvo una consistente actitud de calma durante los interrogatorios, sin cambiar su historia ni su actitud, ni pretender tener un conocimiento más allá de lo dicho respecto a la visión descrita.
Sin embargo, Bernadette nunca sostuvo en ese tiempo «haber visto a la Virgen» y continuó usando el término «Aquerò».
Ella interpretó que debía ir a tomar agua del cercano río Gave y hacia allá se dirigió.
Bernadette cavó en el suelo con las manos desnudas y ensució su rostro buscando beber donde solo había fango.
Esto causó mucho escepticismo y fue visto como locura por muchos de los presentes, quienes gritaron: «¡Es un fraude!» y «¡Está loca!», en tanto sus parientes, desconcertados, limpiaban la cara de la adolescente con un pañuelo.
Poco después, sin embargo, brotó un manantial de agua que comenzó a fluir del hoyo fangoso cavado por Bernadette.
Acompañada por dos de sus tías, Bernadette acudió al párroco, padre Dominique Peyramale, con el pedido.
Bernadette sostenía un cirio encendido; durante la visión el cirio se consumió y la llama habría entrado en contacto directo con su piel por más de quince minutos, sin que produjera en ella ningún signo de dolor o daño tisular.
En efecto, Bernadette poseía poca instrucción, como la mayoría de su pueblo, y las dudas acerca de su capacidad para haber leído o inventado semejantes palabras valieron la atención del sacerdote del lugar.
En la aparición, la Señora se presentó con las palabras «Yo soy la Inmaculada Concepción», frase que parece una extensión de la tradición joánica.
[5] En Lourdes, María —en la tradición del Evangelista San Juan— se presenta a sí misma como aquella «llena de gracia» en quien, según la Iglesia católica, se realizaron —en atención a Jesucristo— las maravillas de Dios: «Yo soy la Inmaculada Concepción».
[7] En ese lugar se levantó el Santuario de Lourdes, donde desde entonces han ocurrido numerosas curaciones inexplicables para la ciencia (ver Repercusiones en la actualidad).
En referencia a la Virgen, Bernadette solía decir: «Jamás he visto mujer tan hermosa».
Ya en otras ocasiones, ante los modelos de estatuas sobre los que se le había pedido su opinión, Bernadette había exclamado: «¡Madre mía, cómo se os desfigura!» Cuando vio la imagen terminada que representaba a la Inmaculada Concepción esculpida en mármol de Carrara, Bernadette dijo: «Sí, ésta es hermosa... pero no es Ella».
[4] Entre las monjas, Bernadette sufrió no solo por su mala salud, sino también porque las superioras la trataban con rigor, en especial la maestra de novicias, la madre María Teresa Vauzou, quien no creía ni en sus visiones ni en sus dolencias.
Incluso la priora no la dejaba salir de su celda, pues decía que quería llamar la atención.
Toda esa semana, Bernadette había sufrido mucho, por las llagas de decúbito.
[4] En el año de su beatificación se realizó una segunda exhumación del cuerpo que seguía sin descomponerse (incorrupto),[12] aunque con manchas y decoloración en la piel, probablemente como resultado de su exposición al aire durante los cuarenta y seis años posteriores a su entierro.
En tal ocasión, el papa Benedicto XVI y Rowan Williams oraron juntos.
Entre los católicos, Lourdes es considerado popularmente un lugar emblemático en el que se conjugan el sufrimiento, la fe expresada en plegaria, la curación y la conversión.
Sin embargo, «Le Bureau des Constatations Médicales» y «Le Comité Médical International» de Lourdes, que rigen el análisis científico de las curaciones producidas en Lourdes, son sumamente estrictos.