Tercero, todas las feministas reconocen que las trabajadoras sexuales comerciales están sujetas a coerción económica, son a menudo víctimas de violencia, y que se hace poco para enfrentar este problema.
[3] Una proporción de feministas se opone firmemente a la prostitución, ya que ven la práctica como una forma de violencia contra la mujer, que no debe ser tolerada por la sociedad.
Las feministas que tienen tales puntos de vista sobre la prostitución incluyen a Kathleen Barry,[4] Melissa Farley,[5] Julie Bindel,[6] Sheila Jeffreys,[7] y Catharine MacKinnon,[8] Andrea Dworkin.
Estas autoras feministas argumentan que, en la mayoría de los casos, la prostitución no es una elección consciente y calculada.
Analizando la literatura académica, Barbara Sullivan afirma: "hay muy pocas autoras que argumentan el consentimiento válido para la prostitución como algo posible.
La mayoría sugiere que el consentimiento para la prostitución es imposible o al menos improbable" (...) "La mayoría de los autoras sugieren que el consentimiento dentro de la prostitución es profundamente problemático, si no imposible".
Es decir, ven la prostitución como impuesta por múltiples formas de opresión, no solo el sexismo.
En Canadá, Nueva Zelanda, México y Taiwán, las mujeres indígenas se encuentran en la parte inferior de la jerarquía de la prostitución, a menudo sometidas a las peores condiciones y las demandas más violentas.
[21] Andrea Dworkin expresó sus opiniones como: "La prostitución en sí misma es un abuso del cuerpo de la mujer.
Se aprobaron leyes similares en Noruega e Islandia en 2009, por lo que este marco legal es a veces conocido como "modelo nórdico".
James, Norma Jean Almodovar, Kamala Kempadoo, Annie Sprinkle y Audacia Ray.
[32][33] La GAATW (Global Alliance Against Traffic in Women), dedicada a la lucha contra el tráfico de mujeres y niñas, afirma que la abolición del comercio sexual no resolverá las condiciones que originan la trata de blancas.
Paula Sánchez (Colectivo Hetaira) y Rosa Montero señalan que esta afirmación no concuerda con los últimos estudios con muestras significativas (más de 10.000 casos).
[43][44] Las feministas regulacionistas que apoyan la legalización o despenalización del trabajo sexual han creado grupos como The Red Thread, el Comité Internacional de Prostitutas (ICPR) y COYOTE, que buscan brindar asistencia legal y médica a las trabajadoras sexuales, así como visibilizar y combatir la discriminación social que enfrentan.
[45] Algunas feministas a favor del trabajo sexual apoyan la despenalización y otras la legalización.
Argumentan que tanto la criminalización como el abolicionismo infringen la seguridad y los derechos de las trabajadoras sexuales.
Las feministas liberales argumentan que, si bien la prostitución y el trabajo sexual pueden no ser el trabajo ideal para muchas mujeres, pueden proporcionarles un nivel de vida que no sería alcanzable de otra manera, dadas las circunstancias.
La académica de género Angela Jones afirmó respecto a la literatura feminista: "todas las trabajadoras sexuales trans son mujeres y se asume que todos los trabajadores sexuales masculinos son cisgénero"[49] y ha criticado a las feministas abolicionistas que tratan a trabajadores sexuales transgénero y no binarios como "grupos de intereses especiales" en lugar de una parte del discurso en torno al trabajo sexual.
Las asociaciones abolicionistas defienden que la ley no se ha implementado correctamente, solicitando una aplicación global y mayor presupuesto (240 millones de euros anuales desde 2021).
[62] En Suecia ha habido numerosas protestas contra la ley abolicionista, especialmente después del asesinato de Eva Marree Kullander Smith.
Los servicios sociales suecos retiraron a Eva la custodia de sus hijos por ser trabajadora sexual, incluso aunque su expareja había mostrado ya comportamientos amenazantes.
Poco después, en julio de 2013, Eva era asesinada por su expareja mientras visitaba a su hijo.
[63] El documental francés Là où les putains n'existent pas ("Donde las putas no existen") describe el caso de Eva.
Estas autoras han cuestionado lo que consideran un debate amargo e improductivo donde se limita el análisis de la prostitución a dos posiciones.