[3] En 1942, Edward Strecker convirtió al “mam-ismo”, —entendido como un apego y dependencia excesivos respecto a la madre— en un síndrome patológico oficial definido por la APA.
Esto alimentó el movimiento antifeminista; las mujeres necesitaban psicoterapia para aliviar su enfermedad mental y prevenir aún más la propagación del “maternalismo excesivo”.
El daño psicológico a la familia sería grave si una mujer eligiera una carrera para satisfacer sus necesidades, en lugar de continuar con el rol doméstico femenino asignado por la sociedad: la felicidad de una mujer no era importante, debía seguir su rol.
Se basaron en grupos de autoconciencia feminista (llamados CR por su sigla en inglés), para construir su movimiento.
Ruck describe el proceso de estos grupos CR como "tender un puente entre las tensiones" que existen entre lo personal y lo político.
El desarrollo de la CR como un método político en sí mismo se atribuye ampliamente al colectivo feminista radical "Redstockings" con sede en Nueva York (Echols, 1989).
[11] Los psicólogos también han descubierto que las mujeres, en general, son más hábiles para descifrar las emociones utilizando señales no verbales.
[21][22] La situación es en general más igualitaria en los países de América Latina, el Caribe y la península ibérica.
Este efecto ocurre cuando las mujeres no tienen plan de carrera laboral o escalafón que les permita ascender a posiciones más altas.
El patriarcado rotula a las mujeres como "facilitadoras nutritivas", y determina que debido a esa condición resultan mentalmente incapaces de tomar parte en la fuerza laboral agresiva dominada por los hombres sin verse afectadas por golpes psicológicos y emocionales (Buhl, 1998).
Una mujer con un mentor masculino podría experimentar dificultades para obtener respaldo y consejos fuera del espacio laboral.
Otros factores que limitan el liderazgo de las mujeres son las diferencias culturales, los estereotipos y las amenazas percibidas.
Si las mujeres muestran una pequeña cantidad de sensibilidad, están estereotipadas como excesivamente emocionales.
Sin embargo, si una mujer muestra rasgos masculinos, la retratan como masculinizada y agresiva.
Investigaciones recientes han relacionado el concepto de «amenaza del estereotipo»[24] con las motivaciones de las niñas para evitar el éxito como una diferencia individual, las niñas pueden evitar la participación en ciertos campos dominados por los hombres debido a los obstáculos reales o percibidos para lograr éxito en esos campos, aunque existen pocas pruebas acerca de esta hipótesis (por ejemplo, Spencer et al.
"Ahí está, el miedo blanco a la ira negra", fue escrito en el Ladies Home Journal (Edwards 1998: 77).
Cuantas más mujeres trabajen en un lugar, mayor será la amenaza que un hombre sienta por la seguridad laboral.
[26][27][28][29] Herman (1996) demostró que las feministas se basaban en la noción psicológica de "trauma" para criticar instituciones como la familia, proteger a los niños, defender políticas y luchar contra la violencia masculina ejercida contra mujeres y niños.
Entre las víctimas de la violencia, son comunes los trastornos psicológicos como el estrés postraumático y la depresión.
En consecuencia, la relación paciente-terapeuta debe ser lo más igualitaria posible, ya que ambas partes se comunican en igualdad de condiciones y comparten experiencias.
[1] Muchas terapias tradicionales suponen que las mujeres deben seguir los roles sexuales para estar mentalmente sanas.
La desigualdad entre los sexos y las restricciones en los roles sexuales están perpetuadas por la psicología evolutiva, pero podríamos entender el papel del género en las comunidades científicas utilizando estrategias de investigación feministas y admitiendo el sesgo de género (Fehr, 2012).
Las terapias tradicionales ponen poco énfasis en las influencias sociopolíticas, centrándose en cambio en el funcionamiento interno del paciente.
Otro posible problema puede surgir cuando los terapeutas consideran insanas lo que son reacciones normales en entornos opresivos, "patologizando" conductas indebidamente (Goodman y Epstein, 2007).
Los terapeutas feministas creen que las relaciones interpersonales deben basarse en la igualdad y consideran al paciente como el "experto" en sus propias experiencias.
Tradicionalmente, la asertividad se considera un rasgo masculino, por lo que con frecuencia las mujeres luchan con aprender a defender sus derechos.
Los terapeutas feministas consideran que muchos conceptos psicoanalíticos son sexistas y están culturalmente inmovilizados (NetCE, 2014).
Se enfatiza que cualquier síntoma es en realidad la reacción normal a un hecho traumático, y las mujeres no son patologizadas.
Los terapeutas feministas tienen interés en el género y en cómo múltiples identidades sociales pueden afectar el funcionamiento de un individuo.
Actualmente, no hay muchos programas de capacitación postdoctoral en psicología feminista, pero se están desarrollando y modificando modelos para que las instituciones comiencen a ofrecerlos.