Desde Francia, tuvo un gran auge y asumió sus características más típicas y donde más tarde sería reconocido como patrimonio nacional, el Rococó logró difundirse por toda Europa, alterando significativamente sus propósitos pero manteniendo el modelo francés apenas en su forma externa, con escuelas importantes en Alemania, Inglaterra, Austria e Italia, con alguna representación también en otros lugares, como la península ibérica, los países eslavos y nórdicos, llegando incluso hasta el continente americano.
Este fortalecimiento de la nobleza hizo que esta se convirtiera entonces en el principal mecenas.
[9] En estos salones se formó la estética del Rococó, la cual varió del interés por la pintura histórica, que era el género anteriormente más prestigioso y que invocaba un sentido ético, cívico y heroico típicamente masculino, a la pintura de las escenas domésticas y campestres, o de alegorías amenas inspiradas en los mitos clásicos, donde muchos identificaban la prevalencia del universo femenino.
Como resultado, las inclinaciones de la época tienden a lo humano y sentimental, dirigiendo la producción no para héroes o semidioses, sino para la gente común, con sus debilidades, y en busca del placer.
Ni esta temática ni esta interpretación eran, de hecho, novedades, existían desde el Imperio Romano y permanecieron presentes en la cultura occidentales casi sin interrupción desde su origen, tanto como simples artificios románticos y poéticos como recursos de fuga psicológica cuando los tiempos se mostraban hostiles o excesivamente sofisticados, volviéndose por ello un símbolo poderoso de la libertad.
[16][17] Este universo fantasioso se alineaba también a las concepciones de la época en cuanto al carácter ilusorio del arte.
De esta forma, no todos los artistas se planteaban el mismo objetivo.
La pincelada es nítida y desarrollada, con la creación de texturas y de un efecto por veces similar a los cuadros impresionistas, dándole a muchas composiciones un aspecto de esbozo e inacabado, lo que dejaba al espectador con más eficiencia solicitando que él mentalmente completase lo que le había sido presentado esquemáticamente.
[27] La pintura rococó no fue un fenómeno exclusivamente doméstico y encontró un terreno fértil también en la decoración de edificios públicos e iglesias.
Sus figuras se presentan ricamente vestidas, colocadas contra telones de fondo rural, jardines o parques, un modelo tipificado en Fête galante (fiesta elegante), ilustrada muy bien en la obra de Watteau, donde los aristócratas pasan su tiempo libre en entretenimientos sofisticados en una atmósfera soñadora y no desprovista o exenta de connotaciones eróticas, lo que recuerda el mundo idílico que supuestamente existió en la Antigüedad clásica.
La pintura rococó es, ante todo, intimista y por ende no está destinada al público en general, sino que más bien su consumo fue dedicado a la nobleza ilustrada y ociosa de la burguesía más acomodada, teniendo un carácter eminentemente decorativo, reteniendo mucha inspiración de la literatura clásica.
El sistema social inglés difería en varios puntos respecto al modelo continental.
La aristocracia formada por los nobles y ricos comerciantes también tenía control del poder, aunque se esforzaba por implantar un sistema plenamente capitalista que originaba, a la vez que conseguía, la competencia de la burguesía, sabedores de que sus objetivos eran comunes y se identificaban con los del Estado, para beneficio propio y de la nación.
No existía un aura mítica alrededor del «nacimiento noble», la estratificación social era más versátil, asociándose frecuentemente los plebeyos a la nobleza por medio del matrimonio, y los estratos más bajos mostraron un grupo bastante homogéneo que en la práctica es poco distinguido de la clase media.
[42] El Rococó inglés fue un producto importado de Francia, y desde su introducción se volvió una moda, aunque la recepción del estilo en Inglaterra no estuvo exenta de contradicciones, una vez que históricamente las relaciones entre los dos países fueron marcadas por conflictos.
En términos temáticos se trataba de un caso asilado, y la reacción a su trabajo por la élite fue previsiblemente negativa, como un síntoma de los tiempos, formalmente su estilo personal le debe mucho a Francia.
[43] El mercado de arte estaba completamente destinado al estilo extranjero, y los artistas locales tuvieron que afrontar la situación, adoptando ampliamente los principios del Rococó francés.
[49] En Italia, patria del Barroco, este estilo continuaba atendiendo las necesidades de sensibilidad local, y el modelo del Rococó francés no fue respetado en su esencia, puesto que se alteró su alcance temático y sus énfasis significantes, expresándose principalmente en la decoración monumental.
Otros nombres italianos dignos de nombrar son Corrado Giaquinto, Sebastiano Ricci, Francesco Guardi, Francesco Zugno, Giovanni Antonio Pellegrini, Giovanni Domenico Tiepolo, Michele Rocca y Pietro Longhi, con una temática muy variada de la escena doméstica al paisaje urbano, pasando por alegorías mitológicas y obras sagradas.
[52] También deben ser incluidos como maestros importantes del Rococó germánico monumental Johann Baptist Zimmermann, Antoine Pesne, Joseph Ignaz Appiani, Franz Anton Zeiller, Paul Troger, Franz Joseph Spiegler, Johann Georg Bergmüller, Carlo Carlone, entre muchos otros, que dejaron una marca en sus obras en palacios e iglesias.
Por su parte, el segundo, es la más importante aportación española al estilo; pintó desde paisajes con figuras hasta escenas de género.
Este renovado entusiasmo por el Rococó culminó con su consagración en el Museo de Louvre en 1894, con la destinación de una sala enteramente dedicada al arte del siglo XVIII, donde se recrearon ambientes completos.
[64] Un nuevo interés por el Rococó surgió en la década de 1940 cuando Fiske Kimball publicó su importante estudio The Creation of the Rococo (1943), que trató de definir y describir el estilo en bases críticas cuidadosamente históricas, pero que más bien sirvió para generar una serie de nuevas cuestiones que trajeron a la luz inconsistencias en su definición.
También se admite ampliamente que en sus mejores momentos, la pintura Rococó alcanza niveles muy altos de excelencia técnica, es difícil incluso para los moralistas más empedernidos ser insensibles a su encanto y su riqueza plástica, así como a la capacidad de sus autores.