Paz y tregua de Dios

Intentó proteger la propiedad eclesiástica, los recursos agrícolas y a los clérigos sin armas.

Durante los siglos VIII, IX y X, en el territorio que hoy es España, al igual que en otros lugares de Europa, se vivía en un sistema social caracterizado por la libertad de los agricultores, propietarios de la tierra que cultivaban, y por la sumisión de las autoridades —condes, vizcondes'— a la ley, contenida en un código escrito como era el Liber iudiciorum, compilación del derecho visigodo en Hispania, elaborado en el siglo VII por orden del rey Recesvinto.

Este fenómeno de la revolución feudal tuvo lugar asimismo en otros puntos del antiguo Imperio carolingio: Normandía, Lacio, Lombardía, Provenza, Languedoc y, fuera del ámbito franco, en el reino de Asturias-León.

Para los que violaran estos derechos y prohibiciones, se establecía la pena de excomunión.

El poder condal se mostraba impotente; impotencia visible por la ausencia total del conde Gausfredo II en una reunión en la que se trataba un tema capital de gobierno como era el mantenimiento del orden público.

El abad Oliva, firme impulsor de este movimiento pacifista, presidió un nuevo sínodo en Vich en 1033.

Para poder triunfar, la «paz de Dios» tuvo que convertirse en la «paz del conde» y la iglesia, en previsión de estos hechos, siempre intentó atraer a los condes.

El movimiento de Paz y Tregua fue iniciado por el clero conjuntamente con el pueblo.

También lo hizo Ramón Berenguer IV en 1134, cuando presidió una asamblea de Paz y Tregua junto con el obispo Oleguer para garantizar los privilegios otorgados a los Templarios.

En la asamblea celebrada en Gerona en 1188, los magnates consiguieron modificar los estatutos de Fondarella, imponiendo al rey la promesa de nombrar veguers únicamente catalanes desde Salses a Tortosa y Lérida.

En el año 1173, Alfonso II había impuesto en Fondarella el bovatge que en Barcelona solo contaba con un precedente en Cerdaña, en el momento de la adquisición del condado por Ramón Berenguer III.

Durante el reinado de Pedro el Católico, las relaciones políticas entre la nobleza y el monarca estuvieron condicionadas por la constante penuria económica del rey.

Por otro lado, no eran solo los acreedores del rey los únicos que se aprovecharon de su prodigalidad.

Capítulo de las Constituciones de Cataluña, dedicado a la Paz y Tregua.