Alarcos

Hacia el siglo IX a. C., en la transición a la primera Edad de Hierro, se produce un desplazamiento de la población que se va asentando en el resto del Cerro, manteniendo contactos con otros lugares de la península ibérica, especialmente con el suroeste y la Meseta Norte, contactos que se mantienen e incrementan en los siglos siguientes.La población aumenta y espacios antes dedicados a necrópolis son ahora ocupados por viviendas.Se organizan en torno a calles pavimentadas con lajas de cuarcita o caliza.Sobre ella se desarrolla una segunda, del mismo momento, en la que una sucesión de tapiales encerados de piedra trabados con cal y puzolana le han dado el aspecto grisáceo que posee.El interior del castillo de Alfonso VIII se encontraba en pleno proceso de adaptación en 1195, y quedó inconcluso, pero los restos constructivos que aparecen son testigos del gran proyecto que pretendía realizar.Tras la conquista almohade después de la batalla de Alarcos se produce una readaptación del espacio interior del castillo, articulado éste por calles enlosadas que dan paso a una serie de dependencias que cumplen distintas funciones: alcobas, cocinas, fragua, letrina, etc. A todas ellas se accede desde un patio que también se encuentra enlosado.Las naves están separadas por diez pilares octogonales de piedra caliza, que soportan ocho arcos apuntados.
Esfinge alada íbera.
Falcata íbera junto a una punta de lanza, el asa de un escudo y un objeto punzante que podría ser un puñal sin su mango.
Muralla de Alarcos
Fachada este del castillo de Alarcos, con los restos de la torre pentagonal y foso inconcluso.
Santuario de Nuestra Señora de Alarcos.