La sagrera es el nombre que, en Cataluña, recibía el espacio que rodeaba las iglesias y que tenía la consideración de territorio sagrado, protegido de la violencia feudal.
El concepto tiene su origen durante el siglo XI, cuando los campesinos de Cataluña, que vivían desde siglos atrás bajo un régimen social basado en su libertad, como propietarios de la tierra de labranza y en el marco de sumisión de los señores feudales a la ley, bajo el código llamado Liber Iudiciorum (compilación del derecho romano vigente en Hispania, desde el siglo VII por orden del rey Recesvinto), empezaron a sufrir amenazas y agresiones por parte de los nobles —en un contexto de revolución feudal—, con la pretensión de apoderarse de sus tierras, sometiéndolas a vasallaje.
Estas agresiones fueron cada vez más frecuentes y violentas, hecho que obligó a la iglesia a interponerse.
No solo las personas quedaban protegidas de la violencia feudal, al llamarse a sagrado en este espacio, sino también los bienes.
Para conservar estos bienes más adecuadamente, se fueron construyendo en la sagrera pequeñas edificaciones —denominadas sagrers en catalán—, lo que indirectamente causó la concentración de edificaciones en la inmediata proximidad e, incluso, en directo contacto con los templos para su más eficaz protección.