[4] Se mueve del activismo autónomo al universo académico, defendiendo la creación teórica como consecuencia de la práctica política.
Continuó sus estudios con una especialización en Educación Superior en Ciencias Sociales en la Universidad Autónoma de Santo Domingo en 1995, y con una Maestría en Antropología Social en la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), en Bogotá, obtenida en 2010.
Formó parte del colectivo antirracista y antisexista denominado La Casa por la Identidad de Mujeres Afro,[6] a finales de los 90, cuyo objetivo era reconocerse como mujeres negras y afros en una sociedad concebida como mestiza, que negaba el racismo, y así combatir contra las opresiones que afectaban a la mayoría de las mujeres afrodominicanas.
Su perspectiva feminista se compone de tres elementos coexistentes y en permanente relación:[6]
[17] Para la autora, el feminismo a nivel global está atravesado, tanto en sus teorías como en sus prácticas políticas, por la colonialidad:[15]
Una segunda manifestación de la colonialidad del feminismo es la dependencia intelectual eurocéntrica de sus producciones teóricas: tanto en el ámbito académico como en el movimiento social, el feminismo latinoamericano y caribeño depende de lo producido en Europa y Estados Unidos, mientras que desde “el centro” las producciones latinoamericanas y caribeñas son escasamente conocidas o tenidas en cuenta.
De esta forma, «el internacionalismo o el transnacionalismo del feminismo es solo si se produce considerando a Europa y Estados Unidos como LAS referencias.»[15] Por último, la colonialidad queda de manifiesta en la separación entre teoría y práctica política.
En respuesta a esta realidad es que Curiel, entre otras teóricas, plantea la decolonialización feminista.
Durante estos años, se generó una sensación de que realmente las poblaciones estaban participando en nuevos pactos sociales multiculturales, a tal punto que en diferentes países se llevaron a cabo procesos constituyentes para reformar Cartas Magnas para que fueran más “incluyentes y diversas”: iniciados por Brasil en 1988, luego Colombia en 1991, seguidos de Perú en 1992, Argentina en 1993, Ecuador en 1997 y Venezuela en 1999.
[18] En el entendido de que era necesario retomar los principios fundamentales del feminismo, que lo hacían una propuesta real de transformación y no dejar desactivar discursos ni prácticas radicales o críticas para hacerlas más potables al sistema, Curiel junto a otras feministas latinoamericanas y caribeñas comenzaron a evidenciar esta situación que provocaba la pérdida de horizontes políticos más radicales y transformadores.
[19] En este sentido, declararse y actuar desde el lesbianismo feminista atenta contra esta normativa, tanto en la práctica sexual como en la práctica política, pues supone una independencia de las mujeres en muchos órdenes, cuestionando la sexualidad legitimada, atentando a la dependencia económica en las familias nucleares y en el matrimonio heterosexual y saliendo de sus lógicas.
Ahora bien, la identidad lesbiana es para la autora un medio coyuntural, estratégico y no un fin en sí mismo, que permite el reconocimiento para con otras experiencias parecidas, pero que no cuestiona el orden establecido de fondo:[20]
Profundizando en las concepciones sobre mujer, hombre, familia, parentesco, nacionalidad, entre otras, La nación heterosexual muestra cómo este régimen heteronormativo está contenido en los discursos escritos y jurídicos tanto del texto constitucional colombiano, como en los argumentos emitidos por los y las constituyentes en la Asamblea Nacional Constituyente que dio origen a la Carta Magna.
Ésta expresa el régimen heterosexual que niega los derechos mínimos y los espacios para las mujeres, especialmente para las lesbianas, por no depender de los hombres como clase y grupo social en ningún aspecto económico, social o simbólico.
El Estado-nación-multicultural y pluricultural, contextualiza un cambio significativo en la región latinoamericana y que es recogido en la Constitución Política de Colombia de 1991, como en otras muchas constituciones de la región: el paso de la nación homogénea a la nación multicultural, que por un lado coloca en la palestra pública a sujetos y sujetas políticas que antes no estaban presentes en la construcción de la nación (como mujeres, indígenas y afros) y que gracias a sus luchas por el reconocimiento cobran cada vez más presencia, pero cuya política lleva muchas veces implícita la necesidad de reafirmar una autenticidad cultural que afecta a mujeres y lesbianas en el marco del régimen heterosexual.