Había sido confirmado como Gobernador por el Virrey del Perú y tenía fundadas siete ciudades.
Para estimular a Su Majestad a conceder estos beneficios, Alderete le entregaría setenta y seis mil doscientos pesos del oro de Chile,[2][3] que mostraban la riqueza de aquella tierra y el mérito del que se la había conquistado.
En el umbral de tan brillante futuro, Valdivia enviaba a España por su esposa para establecer el hogar y la descendencia que correspondían a la dignidad de un gobernante.
Sin embargo, motivos menos dignos le animaban también a unirse nuevamente a su legítima mujer: el licenciado Pedro de La Gasca, clérigo Virrey del Perú y representante de la Santa y General Inquisición, había procesado a Valdivia en Lima «porque está amancebado con esta mujer —Inés Suárez—, y duermen en una cama y comen en un plato», entre otros cargos relativos a su gestión de gobierno.
[5] Tras la muerte de Valdivia, sus bienes fueron embargados y vendidos para reintegrar al tesoro los capitales que él había tomado para adelantar la conquista.
Privada ahora de ella por la guerra, y sin otra forma de sostenerse, la viuda se dirigía al rey Felipe II, solicitándole una pensión, ese mismo año 1564:[4]
[4] Marina se acercaba por entonces a los setenta años, y seguramente juzgaba la tarea de sustentar una encomienda —que no era otra cosa sino explotar indios como esclavos— más apropiada para los rudos y crueles capitanes de la conquista que para una viuda anciana.
Se creía en cambio merecedora a una pensión vitalicia del Rey porque su marido conquistó para este un país, y había muerto en combate, sirviéndole.