Inés Suárez

Su madre, quien le enseñó el oficio de costurera, pertenecía al pueblo llano.

Entre 1527 y 1528 Juan, su esposo, se embarcó con rumbo a Panamá e Inés permaneció en España esperándole.

En 1537 consiguió la licencia del rey y se embarcó hacia las Indias en busca de su marido.

Para ello Valdivia solicitó autorización para ser acompañado por Inés, la que Pizarro concedió mediante carta, aceptando que la mujer le asistiese como sirviente doméstico, pues de otro modo la Iglesia hubiese objetado a la pareja.

Abajo, en la ladera suroriente donde actualmente se encuentra la Iglesia La Viñita Valdivia estableció a Inés Suárez para evitar habladurías.

Cuando llegó se encontró en medio de una guerra civil en la que poco podía hacer.

Pero aún tendría que desempeñar un papel decisivo en la lucha: viendo en la muerte de los siete curacas, la única esperanza de salvación para los españoles, Inés propuso decapitarlos y arrojar sus cabezas entre los indígenas para causar el pánico entre ellos.

Muchos hombres daban por inevitable la derrota y se opusieron al plan, argumentando que mantener con vida a los líderes indígenas era su única baza para sobrevivir, pero Inés insistió en continuar adelante con el plan; se encaminó a la vivienda en que se hallaban los cabecillas, y que protegían Francisco Rubio y Hernando de la Torre, dándoles la orden de ejecución.

Testigos del suceso narran que De la Torre, al preguntar la manera en que debían dar muerte a los prisioneros, recibió por respuesta de Inés, «De esta manera», tomando la espada del guardia y decapitando ella misma al primero, el gobernador inca del Collasuyo, Quilicanta, y después a todos los curacas tomados como rehenes, y que retenía en su casa, por su propia mano, arrojando luego sus cabezas entre los atacantes.

No obstante, el historiador Benjamín Vicuña Mackenna niega que haya sido Inés Suárez quien realizó esta sangrienta acción.

Avivado el coraje de los españoles, estos aprovecharon el desorden y la confusión causada entre los indígenas al topar con las cabezas decapitadas de sus caciques, logrando poner en fuga a los atacantes.

La acción de Inés en esta batalla sería reconocida tres años después (1544) por Valdivia, quien la recompensó concediéndole una condecoración.

El virrey, como sacerdote, no podía hacer la vista gorda ante una relación extramarital pública y notoria.

Tras casarse con Quiroga, Suárez se caracterizó por llevar una vida tranquila y religiosa.

Ver (enlace roto disponible en Internet Archive; véase el historial, la primera versión y la última).

Inés Suarez readecuó los elementos, usando en vez del contenido original un picado de carne, cebolla y huevo que usaban los mapuches llamado "pinu".

En su novela Inés del alma mía Isabel Allende nos dice que las empanadas llegaron a Chile con el conquistador Pedro de Valdivia y su compañera Inés Suárez, y esto puede ser verdad.

En los 1600s parece que las empanadas estuvieron incorporadas en la cocina criolla chilena por ambos grupos, los españoles y los mapuches indígenas: Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán (Cautiverio feliz) dice que los mapuches le dieron empanadas a él durante su cautiverio en los 1620s.

Inés Suárez durante la decapitación de Quilicanta .
Gabinete de Inés Suárez en el Museo del Carmen de Maipú .