Aunque los antiguos no deificaban todos los muertos, no obstante creían que todas las almas de los hombres que llevaban una vida espiritual, trascendían y pasaban a ser una especie de divinidad, por cuya razón solían grabar sobre los sepulcros estas tres letras iniciales D. M. S. Dis manibus sacrum, consagrada a los dioses manes.
Los bitinios al enterrar los muertos les suplicaban que no los abandonasen enteramente y que volviesen alguna vez a verlos; este culto está aún presente en algunas partes de África y en muchos otros pueblos primitivos.
El culto de estos dioses se extendió por el Peloponeso y los invocaban en las calamidades públicas.
Homero nos dice que Ulises les ofreció un sacrificio para obtener un feliz retorno a sus estados.
Los altares que erigían a los manes en la Lucania, en la Etruria y en la Calabria eran siempre de dos en dos, puestos el uno al lado del otro.
Sus entrañas, conducidas tres veces en torno del lugar sagrado, eran enseguida echadas al fuego, en el cual había de consumirse toda la víctima.
Estas ceremonias no se comenzaban nunca sino a la entrada de la noche.
Se les representaba en los monumentos unas veces sosteniendo un árbol funerario, otras dando hachazos y esforzándose en derribar un ciprés porque este árbol no da renuevos una vez cortado y para indicar que después que la muerte nos ha herido no debemos esperar renacer sino milagrosamente.
Por esta razón, casi todos los pueblos de Italia solían poner en las urnas o sepulcros una lámpara.