Para la gente culta de la época, fue un verdadero honor ser admitido en su famoso "martes", en que todavía respiraban el espíritu de la dignidad y el buen gusto del Gran Siglo.
Según su amigo, el abate Louis Barbier de La Rivière, "le dio por encapricharse del ingenio [...] Es un mal que le dio de repente, y murió incurable".
Cada invitado tenía que emitir una opinión personal o leer algunos pasajes de sus últimos trabajos y así, por la mañana (escribió el abate de la Rivière) "los invitados preparaban la mente para la tarde."
Compuso un Avis d'une mère à son fils (1726) y un Avis d'une mère à sa fille (1728) que están llenas de nobleza y pensamientos elevados, donde ella misma reconoce lo que debía a las máximas de Fénelon: «He encontrado en Télémaque los preceptos que he dado a mi hijo y en la Éducation des filles los consejos que he dado a la mía.»[1] Sus Réflexions sur les femmes no estaban destinadas a la imprenta, y cuando fueron publicadas sobre la base de copias destinadas a los amigos de la autora, se vio vivamente afligida y se creyó deshonrada.
Hizo comprar una gran parte de la edición para destruirla, lo que no impidió numerosas reimpresiones clandestinas e incluso una traducción al inglés.
O, estima ella, la vacuidad interior que conduce a la depravación moral: una educación relevante es pues una salvaguardia contra el vicio.
Pecando sin embargo por exceso de investigación, muestra a menudo energía y concisión.