Anne-Thérèse de Marguenat de Courcelles

Para la gente culta de la época, fue un verdadero honor ser admitido en su famoso "martes", en que todavía respiraban el espíritu de la dignidad y el buen gusto del Gran Siglo.

Según su amigo, el abate Louis Barbier de La Rivière, "le dio por encapricharse del ingenio [...] Es un mal que le dio de repente, y murió incurable".

Cada invitado tenía que emitir una opinión personal o leer algunos pasajes de sus últimos trabajos y así, por la mañana (escribió el abate de la Rivière) "los invitados preparaban la mente para la tarde."

Compuso un Avis d'une mère à son fils (1726) y un Avis d'une mère à sa fille (1728) que están llenas de nobleza y pensamientos elevados, donde ella misma reconoce lo que debía a las máximas de Fénelon: «He encontrado en Télémaque los preceptos que he dado a mi hijo y en la Éducation des filles los consejos que he dado a la mía.»[1]​ Sus Réflexions sur les femmes no estaban destinadas a la imprenta, y cuando fueron publicadas sobre la base de copias destinadas a los amigos de la autora, se vio vivamente afligida y se creyó deshonrada.

Hizo comprar una gran parte de la edición para destruirla, lo que no impidió numerosas reimpresiones clandestinas e incluso una traducción al inglés.

O, estima ella, la vacuidad interior que conduce a la depravación moral: una educación relevante es pues una salvaguardia contra el vicio.

Pecando sin embargo por exceso de investigación, muestra a menudo energía y concisión.

Retrato de Anne-Thérèse de Marguenat de Courcelles por Étienne Jehandier Desrochers