En 1792 el duque de Enghien se convierte en jefe autoproclamado del Ejército Real Francés.
Los hechos provocaron la indignación de las cortes europeas por las violaciones a la soberanía por parte del Estado francés; la suerte corrida por el Duque influyó negativamente en la imagen de Napoleón Bonaparte quien aún era Primer Cónsul y esperaba causar una buena impresión en los países vecinos.
La única persona que asumió su responsabilidad fue el propio Napoleón Bonaparte a quien rogaron su esposa Josefina y su madre Maria Letizia que no ordenara su ejecución, en sus memorias declaró: Las pruebas que involucraban al duque en la conspiración nunca fueron encontradas,[3] y de hecho, los cargos contra el joven duque se cambiaron de conspiración a alta traición, por haber tomado las armas contra su país.
El episodio de la ejecución fue mencionado en obras teatrales y literarias.
Después de lo acaecido, había un mártir más en el cielo y un héroe menos en la tierra.