Inquilinaje

La denominación como tal se origina en una fórmula notarial empleada en la segunda mitad del siglo XVIII, que solía hablar del «inquilino tenedor y precario poseedor», al referirse a lo que en otros lugares se denominó «arrendatario» o «colono».

Regionalmente se han empleado otras denominaciones para este mismo régimen.

[2]​ Aparte del «inquilinaje» chileno, en otros países se utilizaron términos como «esquilmo» y «colonato» en Centroamérica,[3]​.

Las minas explotadas en la primera época colonial se habían agotado, como así mismo la población indígena, ya sea por exterminio o por la migración hacia el sur del país, donde el pueblo mapuche llevó a cabo una resistencia eficaz hasta fines del siglo XIX.

La hacienda fue la solución creada para esta situación, consistiendo en la aceptación de arrendatarios, a los que se les entregaba un pedazo de tierra para poner su rancho, sembrar y tener animales.

A cambio de ello, el arrendatario (que vino a denominarse inquilino) debía pagar un canon de arriendo y realizar determinadas faenas convenidas.

Su sistematización y la colección de «mejores prácticas» se reflejaron en Manuales del Hacendado publicados por la Sociedad Nacional de Agricultura, como aquel escrito por Manuel José Balmaceda en 1875.

Allí están los «inquilinos de a caballo» que prestan a la hacienda los servicios montados y otros de similar importancia, teniendo el derecho a talaje para diez o doce animales, tierra para sembrar trigo y media cuadra para chacras.

Este inquilino servirá además de asistente en «las casas» patronales durante un día y una noche por turnos.

Este proceso, profundizado en el período del gobierno de Salvador Allende, termina poniéndole fin la servidumbre en Chile.

Ilustración del Atlas de la historia física y política de Chile de Claudio Gay. París, 1854
Corral de Los Maitenes, Marchigüe, Chile, ca. 1910
Inquilinos en el Rancho