[6] En la segunda mitad del siglo XVI el interés de los españoles por la tierra y las actividades agrícolas aumentó radicalmente.
Durante la segunda mitad del siglo XVI también se verificó un cambio profundo en relación con la mano de obra.
Mientras los encomenderos no modificaron el sistema aborigen de producción preexistente y se limitaron a beneficiarse por el trabajo forzado que los encomendados debían realizar por períodos preestablecidos en beneficio personal del encomendero, en lugar de la renta en tributos proporcionada por los indígenas la explotación agrícola y ganadera naciente le ofrecía a la corona una renta en moneda, mientras requería una mano de obra fija y permanente que la encomienda no podía proporcionar.
Sin embargo, para comienzos del siglo XVII, en toda Nueva España el número total de esclavos africanos no superaba en mucho a los 100000.
En 1550 se implantó un sistema sustitutivo, denominado «repartición» o «coatequitl», según el cual los indios tenían la obligación de trabajar a jornal en las explotaciones españolas.
Necesitaban más trabajadores para dar abasto a la nueva demanda de productos agropecuarios que las comunidades indígenas ya no podían satisfacer.
Finalmente, en 1632, la corona suprimió el repartimiento forzoso de trabajadores agrícolas y aprobó su contratación voluntaria como asalariados, decisión que favoreció a ls grandes propietarios que tenían los recursos financieros como para atraer a los trabajadores, el recurso más escaso, por medio del adelanto de ropa y dinero.
A partir de 1630, estos nuevos asalariados comenzaron a residir y reproducirse en el territorio mismo de la propiedad (lo que no había ocurrido antes), y se constituyó lo que en Nueva España se denominó «peonaje encasillado» (ver peonaje).
Además dejó sin protección alguna a los trabajadores en manos de los hacendados, que en sus territorios se convirtieron en amos, jueces, legisladores y poder policial.
En cada región, la producción agrícola estaba condicionada no solo por el área cultivada, sino también por las frecuentes y fuertes oscilaciones climáticas.
A la vez, disminuía la demanda, ya que una bena parte de la población podía contar con sus propios cereales.
En esos años, los más perjudicados se apuraban en llevar al mercado lo que hubieran podido salvar de sus cosechas, a finde pagar tributos, deudas o créditos adquiridos, mientras que los grandes hacendados retenían sus cosechas y no las llevaban al mercado sino cuando ya los precios alcanzaran su nivel más alto.
Con esta diversificación lograban reducir a un mínimo las compras del exterior, y aumentar la variedad de opciones posibles ante fluctuaciones e imprevistos.
La riqueza producida por estas unidades productivas ayudó a financiar las campañas bélicas del ejército Constitucionalista, comandado por Venustiano Carranza durante la etapa inicial de la revolución mexicana, gracias a la intervención del general Salvador Alvarado en el gobierno de Yucatán.
Muchas de estas haciendas han sido convertidas en lujosos hoteles que atraen al turismo y le muestran con elegancia su gloria pasada.
[15] En México las haciendas fueron abolidas sobre el papel en 1917, durante la revolución mexicana, pero restos poderosos del sistema todavía hoy afectan al país.
[24] En El Salvador, región en la que se concentró la producción de añil en la época colonial, este producto fue cultivado en numerosas haciendas.
[31] En resumen, en Venezuela surgió la plantación en forma paralela e independiente de lo que allí se llamó «hato» o en otras regiones «estancia» (ganadera) y el trabajo agrícola asalariado, aunque primitivo, apareció relativamente temprano.
Los propietarios no solían efectuar la supervisión directa de las labores, sino que delegaban esta función en un «mayordomo», muchas veces negro o mulato.
La precaria estructura laboral del siglo XVII dio paso a un nuevo sistema de relaciones sociales, centrado en grandes haciendas.
Durante el siglo XVIII, el último siglo colonial, se sentaron las bases del gran latifundio que fue característico del campo chileno a partir de la Independencia, y que dejó profundas huellas en la sociedad chilena hasta la actualidad.
A partir del siglo XVII se fue delineando en la zona un establecimiento de características agropecuarias mixtas, con diversos tipos de producción ganadera, a veces producción agrícola para el mercado local o la autosubsistencia, así como en algunos casos actividades manufactureras textiles, cordobanes, carretas y otras.
En la primera mitad del siglo XVII también cobra importancia la exportación de tabaco paraguayo al territorio argentino.
[67][68] A diferencia del resto de América Latina, en Paraguay prevaleció la estructura económica impuesta por las misiones jesuíticas.
Las primeras reducciones indígenas del Paraguay no fueron jesuitas sino franciscanas, se instalaron en las cercanías de las ciudades españolas y sus indios estaban encomendados a los vecinos; permitieron tanto la evangelización de los indios como también su sujeción a la encomienda, en convivencia con el sistema encomendero.
[69] Aunque las reducciones jesuitas se inscriben en el mismo contexto histórico, exhiben una diferencia significativa de intención.
Los hacendados paraguayos habían visto entorpecido su crecimiento económico por la hegemonía jesuita, por lo que se aliaron con el pueblo común, dando lugar a las insurrecciones de los comuneros entre 1721 y 1730.
Pero este crecimiento no fue absoluto, pues los gobernadores provinciales gozaron de cierta autonomía que les permitió distribuir algunas tierras, proliferando las pequeñas propiedades o chacras.
Se establecieron puestos en la banda oriental, sobre la costa del río Queguay, el más importante fue la Estancia San Juan Bautista que ya aparece en mapas de 1702.
Como solución a este problema, la concentración del ganado en zonas donde fuera factible su cuidado dio origen al desarrollo de la estancia colonial, que hasta esos momentos no había revestido mucha importancia.