Sin embargo no contaba con la necesaria legitimación política e ideológica, ni podía resultar económicamente practicable en el largo plazo, por el exterminio de la población laboral que implicaba.
Los «domínicos, primero; los jesuitas, más tarde; toda la iglesia y, finalmente, el rey, se opusieron».
La recolección de estos tributos fue cedida, por períodos, a los conquistadores más distinguidos.
[6] Fue recién en el siglo XVIII en que las masas vagabundas comenzaron a ser integradas al núcleo de la economía colonial.
Por otra parte, «ser un peón por deudas, no era menos deseable que ser un arrendatario o un aparcero precario».
En Hispanoamérica, en general, el término «peón» designa una variedad de trabajadores pobres, asalariados o semi-asalariados.
Los primeros son semiproletarios; los segundos son proletarios o cuasiproletarios, debido a que disponen únicamente de su salario y muchas veces no disponen de herramientas propias.
[16][17] Aunque con períodos menos agitados, el peonaje se mantuvo en esencia hasta las reformas agrarias del siglo XX en Hispanoamérica, que pusieron término al latifundio.