Manteniendo el non expedit, la Iglesia permitió la participación de los católicos en los Ayuntamientos y en los Consejos provinciales.
Por este motivo la encíclica se dirige específicamente a los católicos italianos; sin embargo, tal como se expone en una nota que acompaña su publicación en la Acta Sanctae Sedis,[5] contiene una doctrina que puede servir para los católicos de cualquier otro lugar.
El papa inicia la encíclica recordando En seguida señala la necesidad de que los obispos, a quienes se dirige de modo directo, el clero y todos los fieles cooperen en este objetivo; por lo que entiende que su primer deber es enseñar el modo de llevar a cabo esa cooperación, proponer los medios oportuno para hacerlo, exhortar y amonestar; deber al que han de corresponder los fieles acogiendo esas orientaciones y colaborar eficazmente cada uno según su estado y oficio.
Sobre ellas el papa ha tratado en diversas ocasiones con algunos obispos y con los representantes de estas labores; también ha sido necesario hacer publicar algunos documentos para quitar obstáculos a estas iniciativas y condenar algunas tendencias que con perjuicio para la causa común se iban insinuando.
Por esto ahora interesa identificar cómo llevar a cabo esa acción en las actuales circunstancias.
El papa señala que todas estas acciones de los católicos deben estar subordinadas a la autoridad eclesiástica,
Los sacerdotes, al colaborar en estas actividades no deben dar demasiada importancia a los intereses materiales del pueblo, olvidando los deberes de su sagrado ministerio.