Sin embargo, los numerosos enemigos en la Europa continental, entre ellos Polonia y unos hostiles Países Bajos, hacían que estas empresas requiriesen de un esfuerzo mayúsculo.
Además, un nuevo ataque a Prusia tendría poco apoyo internacional, pues Francia abogaba por la paz.
Ello le permitiría a Suecia controlar el mar Báltico y acrecentar notablemente sus ingresos arancelarios.
Las puertas de la ciudad se cerraron ese mismo día para no volverse a abrir hasta veintidós meses después.
Una flota sueca de veintiocho naves bloqueó[10] el puerto para evitar que llegase a la ciudad cualquier suministro por mar, dando comienzo al sitio.
Los consejeros del rey tenían opiniones divididas y Carlos Gustavo se inclinó por la segunda opción.
Esta decisión ha sido cuestionada en la posteridad, ya que, en un principio, las defensas danesas estaban en mal estado.
Los suecos tomaron las defensas exteriores de la ciudad, construidas por Cristián IV en 1625, que para entonces se hallaban en mal estado.
Federico III designó al coronel Poul Beenfeldt alcaide del castillo y le ordenó defenderlo a toda costa.
Los suecos confiaban también en que las baterías costeras del castillo de Kronborg infligirían grandes estragos en la escuadra enemiga.
Muchos barcos resultaron dañados y cerca de dos mil hombres murieron o fueron heridos en la lid en cada bando.
La flota sueca no pudo hacer nada para evitar que llegaran los refuerzos y las provisiones a la capital danesa.
No obstante, una vez cruzada la barrera defensiva, los atacantes fueron detenidos por la presencia de fosos en el hielo excavados por los daneses y sus aliados holandeses.
Finalmente pudieron superar el obstáculo y proseguir la marcha hacia las murallas, combatiendo denodadamente en todo momento.
Se puede afirmar incluso que la batalla en torno a la capital cambió hasta cierto punto la naturaleza del país.
[30] Los preparativos no sirvieron para mudar el resultado de esa contienda, pero sí para influir militarmente en la siguiente.
Pero la alianza antisueca padeció conflictos intestinos: los polacos tenían una mala opinión de Austria y por ello participaron con poco entusiasmo en la campaña.
Los suecos eran apenas cuatro mil, un número considerablemente menor, pero veteranos que rechazaron la primera acometida enemiga.
La invasión de Fionia había fracasado, por lo que los aliados decidieron retirarse y atacar la Pomerania Sueca.
[10] Las tres potencias habían decidido que la guerra entre Dinamarca y Suecia debía cesar, incluso si se veían obligadas a imponer la paz por la fuerza.
[36] Sin embargo, Eberstein y Schack se enzarzaron en discusiones sobre quién debía mandar las fuerzas combinadas en lugar aprovechar la coyuntura.
Los jinetes polacos no dieron cuartel y aniquilaron casi completamente a los infantes enemigos.
[39] Los suecos habían peleado valientemente, pero sus pérdidas fueron copiosas: casi dos mil hombres caídos, cerca de la mitad del ejército.
Cuando la suerte de la nueva contienda comenzó a tornarse adversa para Suecia, los descontentos vieron una oportunidad para levantarse contra el impopular gobierno.
Las tropas noruegas las mandaba el teniente general Jørgen Bjelke, que repelieron los sucesivos embates suecos y en dos ocasiones lograron incluso recuperar casi toda la provincia de Bohuslän.
[43] Un pequeño contingente de refuerzo sueco llegó a Trondheim, pero la plaza no contaba con suficientes víveres ni munición.
Carlos X ordenó al teniente coronel Erik Drakenberg reunir un ejército en Jämtland y marchar hacia Trondheim, pero el socorro fue detenido por los campesinos noruegos insurrectos que se habían apoderado de los puertos de montaña que necesitaba cruzar para alcanzar la ciudad.
Por su parte, Francia e Inglaterra intervinieron a favor de los suecos, orillando la situación un conflicto mayor.
[48] Federico III ordenó al estadista danés Hannibal Sehested negociar con los suecos, y de hecho, el tratado resultante fue en gran medida obra suya.
Inglaterra, Francia y en menor grado los Países Bajos favorecieron el regreso al statu quo del Tratado de Roskilde, dividiendo de paso el control del estratégico estrecho que daba acceso al Báltico entre las dos naciones.