En Canarias se aplicó sobre todo a los esclavos, fueran aborígenes o de otra etnia, que huían de sus dueños y se refugiaban en las montañas insulares.
El historiador Elías Serra Ràfols escribe en Los últimos canarios que fue «una discriminación arbitraria, personal, sin duda llena de abusos y excesos de codicia, por lo que los guanches reaccionan de forma diversa: Unos como como libres, otros horros o recién liberados, otros cautivos, y todavía muchos otros alzados, esto es, refugiados en el monte, al amparo de sus hermanos, viven en su isla».
[11] Todavía en el año 1526 se dictó una provisión sobre los guanches que andan alzados en los montes y robando y otra del año 1527 sobre este mismo asunto.
[11] Estas medidas del Cabildo de Tenerife se justificaban «por cuanto la isla ha estado revuelta con el tema de los guanches alzados que hacen mucho daño a todos los vecinos».
[11] Por otra parte, son medidas que revelan el temor a una deserción en masa.
Los castigos son sumamente graves: pena de muerte para el esclavo guanche fugitivo, y expulsión con azotes para las mujeres.
Montó su corte entre Adeje y Arona, en el roque del Conde.
[14] Aceptado el principio de acuerdo, los embajadores llegan al Llano del Rey,[nota 2] donde se encontraba Ichasagua que, sin corresponder al saludo de Izora y sin pronunciar palabra, recorrió con la mirada los rostros de todos, sacó de pronto un puñal que llevaba al cinto y se lo hundió en el pecho.
Sin embargo, hubo noticias de alzados, pues canarios que no aceptaron la rendición «se mantuvieron en las asperezas y altas sierras de la isla, bajando algunas veces al llano para atacar los caseríos, saquear los sembrados, y asesinar a los castellanos que lejos de las poblaciones podían sorprender», según Agustín Millares Torres.
[16] Agustín Millares Torres señala que los que fueron «voluntariamente al campamento, lo hablan hecho bajo el seguro de la palabra del General, que solemnemente les habla prometido instruirles en la religión cristiana y señalarles una porción de territorio donde pudieran vivir con comodidad e independencia».
[16] Pero las palabras y promesas de los nuevos dueños no valen ni el papel donde están escritas.