Por más de 3.000 años los gatos estuvieron representados en las prácticas sociales y religiosas del antiguo Egipto.
Varios frescos aparecen en tumbas en la ciudad funeraria de Tebas, gatos con escenas domesticadas.
Los gatos se conocen tres especies del género Felis que vivieron en el Antiguo Egipto.
El gato de los pantanos o chaus vive en zonas húmedas (se extiende hasta Asia).
Bastet, la diosa con cabeza de gato, originalmente se pintaba como un león protector y belicoso.
Su imagen con el tiempo se fue modificando para asociarla con los gatos domésticos, benévolos y a la vez salvajes.
Se cree que la domesticación del gato tuvo lugar en Egipto durante el IV milenio a. C. Antes de ser un animal de compañía apreciado para su dulzura, gracia e indolencia, el gato era sobre todo un animal protector.
Al cazar ratas y demás roedores, los gatos también eliminaban vectores de graves enfermedades transmisibles, como la peste.
Los Egipcios de la Antigüedad nombraban el gato con la onomatopeya « miu », cuya transcripción es miw en masculino y miwt en femenino.
Su pelaje manchado es de un marrón rojizo que se aclara hacia la parte inferior del cuerpo.
Bastet se hizo muy popular e importante entre el vulgo, representando la fertilidad, la maternidad, la protección y los aspectos benévolos del sol.
Heródoto, que visitó Bubastis en 450 a. C., decía de este templo que aunque otros templos de ciudades aledañas eran más grandes o había sido más costosos, ninguno ofrecía tanto placer a los ojos.
Este escritor griego ubica su historia hacia 525 a. C., cuando el Egipto del faraón Psamético III era el principal imperio no conquistado por Persia.
Pelusio , puesto de avanzada egipcio, se vio asediado por los ejércitos del rey aqueménida Cambises II.
Variantes posteriores del relato de Polieno hacen énfasis en los gatos y omiten mencionar a los demás animales.
Heródoto escribió que cualquiera fuera el lugar de Egipto donde muriera un gato, se lo llevaba a Bubastis para ser momificado y enterrado en el gran cementerio.
El historiador griego Diodoro de Sicilia describe una escena que se desarrolló hacia el año 60 a. C.: un carro romano atropelló por accidente un gato egipcio y, pese a las órdenes del faraón Ptolomeo XII, un soldado egipcio mató al conductor.
Se creía que la momificación permitía al ka (espíritu) del difunto encontrar su huésped y renacer en el otro mundo.
Como fuera, quemados o no, los gatos recibían los ritos funerarios y el embalsamamiento de la misma manera que sus dueños.
En su origen había numerosos reinos, dirigidos por tribus generalmente totémicas, que orientaban su culto hacia ciertos animales.
El gato en Egipto vio una disminución gradual de su interés, y aunque permaneció como mascota, ya no fue adorado en los templos.