Aunque al gato se le llamaba myeou en el Alto Egipto, haciendo referencia a la onomatopeya de su maullido, a las hembras las llamaban techau, nombre que se ha encontrado grabado en muchas tumbas de mujeres.
Estas denominaciones muestran hasta qué punto estaba intrínsecamente ligado el gato a la caza de ratones.
No es hasta el siglo XVI cuando aparecen términos derivados de gato, como gatito o gatera.
Los antiguos egipcios usaban para llamar al gato la onomatopeya «miu», cuya transcripción es miw en masculino y miwt para el femenino (el español usa también este tipo de onomatopeya, que se encuentra en los verbos maullar y miar).
Se cree que la domesticación del gato tuvo lugar en Egipto durante el tercer milenio a. C. Se convirtió en un animal de compañía apreciado por su dulzura, su gracia y su indolencia, pero el gato es sobre todo un animal protector.
Al cazar pequeños roedores, protege los silos donde los egipcios guardaban su cosecha (sobre todo el trigo), recurso vital para este pueblo de agricultores.
Al cazar ratas, el gato elimina un vector de enfermedades graves (como la peste).
Además, al cazar serpientes (sobre todo víboras cornudas), hacía más seguros los alrededores de los hogares próximos a donde establece su territorio.
Aunque en esa época no estaba perfectamente domesticado, se mostraba al menos más dócil.
Así se puede entender que las leyes del faraón impusieran una protección rigurosa para los gatos.
Acompañaban al gato ratones embalsamados, para que siguiera jugando en el más allá.
Subsisten, sin embargo, muchas pinturas murales que relatan las diferentes etapas de la vida del gato en la sociedad egipcia, en especial la expuesta en el British Museum de Londres, que representa un gato acompañando a su dueño en la caza y teniendo inmovilizados a dos pájaros mientras tiene un tercero en la boca.
El gato se usaba a veces como animal de compañía, aunque los griegos preferían al perro.
El gato era en principio un juguete, un regalo caro traído de Egipto para ofrecerlo a las cortesanas.
La palabra feles (substantivo femenino) hace referencia a los felinos de pequeño tamaño, en especial el gato montés.
El equivalente al gato doméstico actual (animal casero que caza ratones) era la mustela o comadreja.
El gato se intercambia con finas sedas y de esta forma llega a China.
Los primeros rastros del gato que se encuentran en China datan de la dinastía Han, que va desde el siglo II a. C. al siglo II d. C. El animal fue acogido calurosamente, por su belleza y su don cazando ratones.
Sin embargo, hay también una versión sombría e inquietante del gato, resultante de la tradición popular.
A pesar del juicio de la Iglesia católica,[3] que lo consideraba una criatura demoníaca, los conventos y los monasterios los usaban para acabar con los roedores.
Otra historia cuenta que un día Muezza se quedó dormida al lado del profeta en su cama.
Su comportamiento sexual muy expresivo, su gran necesidad de dormir, considerada pereza, y sus vagabundeos contribuyeron a forjar una imagen negativa.
[5] Este edicto tuvo un impacto importante en las clases populares y luego se extendió a la nobleza.
Otras afirman, sin embargo, que las grandes investigaciones realizadas en los archivos invalidan esta hipótesis.
Fue así como el gato estuvo ausente en la gran peste negra del siglo XIV.
Sin embargo, no fue hasta la Revolución Francesa cuando las hogueras se consideraron unánimemente supersticiones y actos de crueldad.
La medicina medieval utilizó diferentes partes de los gatos para preparar ungüentos y medicamentos.
En la Europa del siglo XVIII, existen testimonios que indican que el gato era todavía un animal atacado, vilipendiado y en ocasiones torturado, si bien se aprecian un afecto y una estima crecientes hacia la especie y en general una mayor empatía ante el sufrimiento de otros animales en la medida en que no se opongan a los intereses humanos o a su progreso material o económico: se va imponiendo la idea de hacer un uso relativamente respetuoso del gato y de los demás vivientes, que no deberían ser castigados por recreo ni con gratuidad.
Esta clasificación permanecerá hasta la mitad del siglo XIX, cuando la felinotecnia moderna, en Inglaterra, modificó este orden.
La raza española desapareció a principios del siglo XX, y se incorporó al gato doméstico.