Según el historiador Benedict Anderson, después de la guerra miles huyeron al extranjero y 20.000 comuneros fueron ejecutados durante la Semaine Sanglante (Semana Sangrienta), mientras que 7.500 fueron encarcelados o deportados según acuerdos que continuaron vigentes hasta que se dio una amnistía general en la década de 1880; esta acción llevada a cabo por Adolphe Thiers aniquiló el movimiento protocomunista en la Tercera República Francesa (1871-1940).
Adolphe Thiers, que había sido leal al Segundo Imperio, fue elegido jefe de la nueva república monarquista.
El destacamento todavía estaba juntando las municiones cuando los parisinos se despertaron y los soldados no tardaron en estar rodeados.
[3] Después de la Semana Sangrienta, el gobierno solicitó una investigación sobre las causas del levantamiento.
[5] Nueva Caledonia pasó a ser una colonia francesa en 1853, pero diez años después aún tenía solo 350 colonos europeos.
Durante el período más álgido de la deportación, se estimó que había 50.000 personas en la isla.
[8] El gobierno no entregó a todos los déportés suficientes alimentos, vestimenta o alojamiento.
A unos se les asignó habitar en construcciones endebles, pero otros tuvieron que buscar sus propios materiales para construir chabolas.
Ellos vivían en sencillas chabolas de madera que formaban pequeñas comunidades, las cuales habían sido ideadas para autogestionarse.
Usualmente eran maltratados en prisión, con azotes y aplastapulgares como castigos comunes para infracciones menores.
Mediante esta legislación, para 1877 se reunieron 174 familias que formaban un total de 601 personas.
Los fugitivos, que incluían a Jourde, Henri Rochefort, Paschal Grousset, Olivier Pain, Achille Ballière, y Bastien Grandhille, abordaron el barco durante la noche y se ocultaron en la bodega de éste hasta que zarpó del puerto.
En los primeros años de la deportación, al menos tuvieron lugar dos matrimonios entre los canacos y los comuneros.
[13] Durante los ocho meses que duró la insurrección canaca de 1878, los comuneros se solidarizaron con su causa en la presa local.
Pero esta solidaridad no duró mucho, ya que las ideas sobre diferencias raciales se impusieron rápidamente.
[16] Su novela L’Évadé: roman canaque, publicada en 1884, ayudó a formar la leyenda de la deportación.
Esta mostraba una descripción de la deportación y las políticas del gobierno en Nueva Caledonia, que eran muy diferentes a las promovidas por la propaganda gubernamental.
La legislación que fue finalmente aprobada aseguró derechos civiles plenos a quienes habían sido sentenciados por motivos políticos y oficialmente puso fin al proceso de los comuneros en tribunales militares.
[23] Varios comuneros que volvieron se reintegraron a la vida pública, tales como Louise Michel.
En las calles tenían lugar encuentros entre comuneros y sus antiguos carceleros, a veces resultando en pequeños enfrentamientos.