Además del desarrollo espacial y la decoración se admira en esta capilla la originalidad y valentía constructiva de la bóveda calada, la primera de una larga serie que definirá la arquitectura burgalesa hasta bien entrado el siglo XVI.
Alfonso Rodríguez Gutiérrez de Ceballos y Felipe Pereda han demostrado[¿dónde?]
que el recinto responde a esa idea: la de la exaltación de la luz –las Candelas-, a cuya representación simbólica se subordinan todos los elementos que la componen, desde el nombre, Purificación, -cuya fiesta coincide con la de la luz en la Iglesia católica- a la escena central del retablo mayor y la figuración en lo alto que plasma el camino del Sol, en las trompas en su salida y su ocaso y, en el calado de la bóveda, en su cenit.
La admiración suscitada por esta construcción –que modificó sensiblemente los perfiles de la Catedral al alterar significativamente su cabecera- tuvo su reflejo en otras grandes realizaciones.
Murió cuando labraba el retablo de Santa Ana para la Capilla del Condestable, que dejó sin terminar.
Las primeras tallas aparecen en el retablo de Santa Ana, que había sido realizado, en su mayor parte, por su padre Gil Siloe hacia 1500.
Todas estas piezas contrastan, en lo que a actitudes y tratamiento de las vestimentas se refiere, con las estilizadas figuras del maestro Gil.
Diego de Sagredo, en su tratado arquitectónico Medidas del Romano, dijo por boca de León Picardo que esa reja que labra Andino para su señor el Condestable [...] tiene reconocida ventaja a todas las del reino.
Desde comienzos del siglo XVI, se le documenta como «maestro vidriero» de la catedral.
En ellos comienza, poco a poco, a abandonar algunas rígidas formulaciones tardogóticas en aras de planteamientos protorrenacentistas que pudieron provenir del conocimiento que tuvo de escultores como Bigarny o pintores como Picardo.
En los ventanales bajos se dispusieron temas ligados a la Infancia de Cristo y en los superiores santos.