Las guerras civiles argentinas, iniciadas en 1814, sacudieron periódicamente al país durante dos tercios del siglo XIX.
La victoria de Buenos Aires en 1861 inició la rápida decadencia del partido federal, que fue completamente vencido en unos doce años.
Las fuerzas nacionales estaban concentradas en el antiguo matadero de la ciudad, con sus galpones y corrales, unido por la calle Rioja con la plaza Miserere, donde se encontraba el comando militar porteño.
Al acercarse las tropas nacionales, la artillería y fusilería de Lagos barrieron desde la altura a las fuerzas atacantes, que cargaron en tres oportunidades pero fueron rechazadas con importantes pérdidas.
Las fuerzas porteñas quedaron centradas en los límites de la ciudad propiamente dicha, es decir del área densamente edificada.
Si bien esas posiciones no volvieron a ser atacadas, la batalla no dejaba lugar a dudas de que los rebeldes estaban cediendo cada vez más posiciones: si había nuevos combates, estos serían en el interior de la ciudad, con los consiguientes daños para la población civil.
Roca aceptó negociar un armisticio sin llamarlo rendición, pero en la práctica la ciudad rebelde se estaba rindiendo a discreción.
Aún habría varias revoluciones en la Argentina, algunas de corte popular y otras cuyo origen sería puramente militar.
Y tampoco estuvo en cuestión la capital de la Nación, ni su preeminencia o no sobre el resto del país.