Jaime Balmes
Finalmente, en 1835, recibe los títulos de Doctor en Sagrada Teología y bachiller en Cánones.A continuación realiza varios intentos para dar clases en la Universidad de Barcelona y al no conseguirlo se dedica por algún tiempo a dar clases particulares en Vic.En estos últimos años ha comenzado ya su actividad creativa y colabora en diversos periódicos y revistas: La Paz, El Madrileño Católico, La Civilización, además de varios opúsculos que llaman poderosamente la atención de los lectores.Y en 1844 fija su domicilio en Madrid, donde dirige su periódico, y se convierte en el inspirador doctrinal del Partido Monárquico Nacional, también conocido como «partido balmista», encabezado por el marqués de Viluma.Ese mismo año publica El criterio, tal vez su mejor y más difundida obra.Y en sucesivos años, una obra cada año, Cartas a un escéptico en materia de religión, Filosofía fundamental, Filosofía elemental y también, a finales de 1847, el controvertido opúsculo Pío IX, para el que ha tenido que viajar a París en busca de documentación.Esta última obra le produjo innumerables sinsabores precisamente en una etapa en la que Jaime Balmes ya se sentía enfermo.Aquella enfermedad, tisis pulmonar tuberculosa aguda, progresaba corrosivamente, y Balmes fue consciente de ello.Es imposible un auténtico escéptico radical, pues no existe la duda universal.La certeza es natural e intuitiva como la duda, y anterior a la filosofía.Por ello, Balmes defiende que la metafísica no debe sostenerse solamente sobre una columna, sino sobre tres que se corresponden con las tres verdades: así, el principio de conciencia cartesiano, el cogito ergo sum es una verdad subjetiva, mientras que el principio de no contradicción aristotélico es verdad racional.Finalmente, el sentido común, el instinto intelectual (tal vez sea «instinto intelectual» un término más específico que «sentido común») nos presenta la llamada verdad objetiva.Llegados a este punto, cabe definir con mayor profundidad los tres criterios.La conciencia no nos pone en contacto con la realidad exterior, ni con los demás (no podemos percibir —sí suponer— la existencia de conciencia en los otros), sino que presenta hechos, es un absoluto que prescinde de relaciones.Así mismo, tampoco puede errar la conciencia, pues no nos equivocamos en torno a la experiencia de la misma, si bien puede ésta ser falible cuando abandona su terreno para salir al exterior.Balmes divide entre dos tipos de evidencia, la inmediata y la mediata: la primera no requiere demostración, es un conocimiento a priori, como por ejemplo saber que todo objeto es igual a sí mismo.Puede tenerse, además, la misma verdad por medio intelectual que por instinto: por poner un ejemplo, puede saberse si un negocio funciona o no mediante un estudio económico o mediante una intuición de sentido común.Para definir mejor esto, existe un análisis del cogito ergo sum cartesiano, según el cual la afirmación del «pienso, luego existo» cartesiano es en principio una verdad de conciencia, transformada posteriormente en una verdad intelectual de evidencia, un silogismo lógico cuya realidad se comprende mediante la intuición.Según Balmes: "La naturaleza humana, en general, es un ser abstracto, en el que no puede fundarse una cosa tan real e inalterable como es la moralidad [...] El individuo humano es un ser contingente, el orden moral es necesario; antes que nosotros existiéramos, el orden moral existía; y éste continuaría, aunque nosotros fuéramos aniquilados [...] Nosotros concebimos las ideas morales independientes, no sólo de éste o aquel individuo, sino de toda la humanidad, aunque no existiese hombre alguno, habría orden moral, con tal que hubiera criaturas racionales.[...] la impresión de esta regla en nuestro espíritu [...], es lo que se llama ley natural.[6] Miguel de Unamuno, que había leído a Balmes desde pequeño, no le tenía en gran aprecio: Las más conocidas son El criterio y El protestantismo comparado, que fueron traducidas a varios idiomas.