De las enseñanzas socráticas hizo suyas sobre todo las relativas a la ética.
Su padre también se llamaba Antístenes, y su madre no era ateniense, posiblemente tracia.
[2] Por ello en Atenas no era considerado un ciudadano pleno, algo que lo marcó durante toda su vida.
[3] En su juventud combatió en la batalla de Tanagra en 426 a. C.[4] Estudió retórica con Gorgias y llegó a enseñarla.
[8] Jenofonte, al contrario, nos proporciona en sus obras breves pero valiosos datos sobre la persona y pensamiento de Antístenes.
[20] Cicerón, tras leer obras de Antístenes, las encontró agradables y le llamó «un hombre más agudo que erudito».
[21] Sabía ser irónico y le encantaban los juegos de palabras, por ejemplo al decir que prefería estar entre cuervos (κόρακες, kórakes) que entre aduladores (κόλακες, kólakes), porque los primeros devoran a los muertos y los segundos a los vivos.
[23] No obstante, no es probable que considerara a todos los placeres desdeñables, sino solo los que provienen de la satisfacción de deseos sensuales o artificiales, pues le encontramos alabando los placeres que surgen «del almacén de mi alma»,[24] o del trato con un amigo sabiamente escogido.
El bien supremo lo situó en vivir la vida de acuerdo con la virtud, consistiendo la virtud en los actos, y que, una vez alcanzada es como un arma de la que nunca le podrán despojar,[25] alejando al sabio del error.
[27] Antístitenes estaba preocupado con lo que más adelante se llamará el problema de los universales.
[36] No se encuentran en Antístenes los rasgos agresivos del cinismo, tal como se muestran en Diógenes de Sinope, ni tampoco la radical desvergüenza en el hacer (ἀναιδεία) ni en el decir (παῤῥησία) del cinismo posterior.
Como dice Diógenes Laercio, puso los cimientos para la ciudad que luego construirían cínicos y estoicos.