Ya en la ciudad de Vicenza había comenzado San Ignacio a recibir visiones espirituales.
San Ignacio no había celebrado aún su primera misa y se encontraba en preparación para ello.
Durante las veces que comulgaba en el viaje, diariamente, y de manos de Fabro o Laínez, sintió que Dios Padre le imprimía en el corazón las palabras: Ego vobis Romae propitious ero ("Yo os seré propicio en Roma").
Posteriormente, el Hijo se dirigió a Ignacio de Loyola para decirle: "Quiero que tú nos sirvas".
Posteriormente, a principios del siglo XVII se incluyó el episodio en dos series de grabados: Posteriormente se han realizado multitud de representaciones del episodio en diversos soportes, desde pinturas hasta esculturas, pasando por pinturas al fresco.