Dios Hijo, con mayúscula, es un concepto central para el cristianismo, y designa a la segunda persona de la Santísima Trinidad, cuya relación con las otras dos es objeto de debate teológico desde el cristianismo primitivo (debates cristológicos: arrianismo, adopcionismo, nestorianismo, pelagianismo, gnosticismo, etc.), que se cerró dogmáticamente en el Concilio de Nicea.
Como consecuencia de ello, a diferencia de las otras dos personas de la Trinidad, a Dios Hijo se le atribuyen dos naturalezas: una divina y una humana, que se encuentran indisolublemente unidas en la misma persona (véase hipóstasis).
Las diferentes interpretaciones que se dé a la relación entre las personas de la Trinidad por las distintas confesiones cristianas continuó siendo un asunto trascendental en épocas posteriores, especialmente la cláusula Filioque, que está entre las que mantuvieron la diferencia entre la cristiandad latina y la cristiandad oriental y provocaron el denominado Cisma de Oriente.
Las tendencias dominantes dentro de la Reforma protestante no discutieron el dogma trinitario, e incluso persiguieron a los que lo hacían (Miguel Servet).
Muchos de ellos tienen un carácter poético, habitual en la mística, como luz, esposo o amigo (véase también Escuela ascética española).