[1] La primera gran tumba de tiro intacta asociada con esta tradición no se descubrió hasta 1993 en Huitzilapa, Jalisco.
[4][5] En la actualidad se piensa que, aunque las tumbas de tiro están ampliamente distribuidas por toda la zona, la región no era un área cultural unificada.
[8] La tradición duró al menos hasta el año 300 d. C., aunque no hay un amplio acuerdo sobre la fecha de finalización.
La base del pozo se abre hacia una o dos (ocasionalmente más) cámaras horizontales, quizás de 4 por 4 metros (variando considerablemente), con un techo bajo.
Se encuentran múltiples entierros en cada cámara y la evidencia indica que las tumbas fueron utilizadas por familias o linajes a lo largo del tiempo.
Los artículos más inusuales incluyen trompetas de caracol recubiertas con estuco y otros apliques.
[14] Las abundantes figurillas de cerámica han atraído la mayor atención y se encuentran entre las más dramáticas e interesantes producidas en Mesoamérica.
Aunque existe un acuerdo general sobre los nombres y características de los estilos, no es unánime.
Además, estos estilos a menudo se superponen en un grado u otro, y muchas figurillas desafían la categorización.
[51] Durante la década de 1930, el artista Diego Rivera comenzó a acumular muchos artefactos del occidente de México para su colección privada, un interés personal que despertó un interés público más amplio por los ajuares funerarios del oeste mexicano.
Las casas modelo, por ejemplo, mostraban la vivienda de los vivos en contexto con los muertos (un cosmograma en miniatura) y los guerreros con cuernos (como se mencionó anteriormente) eran chamanes que luchaban contra fuerzas místicas.