Los primeros colonos intentaron preservar su religión chamanística y buscaron asilo entre los lituanos no cristianos.
Hacia finales del siglo, otra oleada de tártaros —esta vez, musulmanes— fueron invitados al Gran Ducado por Vitautas el Grande.
Inicialmente sirvieron como una casta noble militar, pero con el tiempo se convertirían en urbanitas conocidos por sus artesanías, caballos y habilidades en la jardinería.
A pesar de haber conservado sus religiones, con el tiempo perdieron su idioma tártaro original, adoptando en su mayor parte el polaco.
Un término polaco menos frecuente, Łubka, se encuentra en el nombre tártaro crimeano Łubka/Łupka para los Lipka hasta finales del siglo XIX.
Había una comunidad tártara en Minsk, capital actual de Bielorrusia, conocida como Tatárskaya Slabadá.
Pero las naciones de origen tártaro combatían con escuadrones incontables de caballería en las llanuras abiertas, no fortificadas, y si había en ellas alguna fortaleza, no servía más que para guardar los tesoros del príncipe.
Polonia tenía una caballería tan numerosa que, según los cálculos hechos, Alemania, Francia y España juntas no hubiesen podido poner en marcha una semejante.
Gracias a los esfuerzos del rey Juan III Sobieski, que era tenido en gran estima por los soldados tártaros, muchos de los lipkas que buscaban asilo al servicio del Ejército del Imperio otomano volvieron al ejército mancomunal y participaron en las luchas contra el Imperio hasta el tratado de Karlowitz en 1699, incluyendo la batalla de Viena de 1683, que detendría la expansión turca en Europa y marcaría el comienzo del fin para el Imperio otomano.
Al mismo tiempo introdujeron en sus plegarias, leyendas y folklore la figura del Gran Duque Vitautas (Wattad, en tártaro, o 'defensor de los musulmanes en tierras no musulmanas'), quien apoyó sus asentamientos en el siglo XV.
En 1925 se creó la Muzułmański Związek Religijny (Asociación de la Religión Musulmana) en Białystok.