Al final del siglo XIV, Lituania era una unidad política bélica que se extendía por territorios de las actuales Bielorrusia y Ucrania.
Desde un punto de vista militar, Polonia recibió protección contra los mongoles y tártaros, mientras que Lituania obtuvo refuerzos para su larga lucha con los caballeros teutónicos.
La nueva dinastía polaco-lituana, llamada Jagellón por su fundador, continuó aumentando sus territorios durante las décadas siguientes.
La diplomacia del siglo impidió la expansión territorial, pero protegió al país y permitió un desarrollo interno considerable.
La «paz eterna» se firmó con los turcos otomanos en 1533, aunque esto no eliminó la amenaza de invasión.
La szlachta incluía del 7 al 10 por ciento de la población, siendo una clase noble muy grande para lo habitual en Europa.
Con el tiempo, los señores feudales polacos obtuvieron una serie de concesiones reales y garantías que invistieron al Parlamento noble —el Sejm— con un control decisivo sobre la mayoría de los asuntos del Estado; entre los poderes parlamentarios se contaba el derecho exclusivo a promulgar leyes.
El rey tenía que conceder privilegios a los nobles para promover la elección de sus hijos al trono.
Aunque su fracaso final contribuyó grandemente a la pérdida de la independencia en el siglo XVIII, el sistema funcionó con bastante eficacia durante doscientos años, generando un espíritu de liberalidad cívica sin par en la Europa del momento.
Los pequeños grupos calvinistas, luteranos, y husitas que se formaron fueron perseguidos severamente por la Iglesia católica en los primeros años.
Durante los ciento treinta años siguientes, Polonia permaneció sólidamente católica, pero se negó a perseguir las diferencias religiosas y se mantuvo como refugio de una amplia variedad de inconformistas religiosos.
Durante este periodo, Polonia-Lituania obtuvo gran inspiración artística de los italianos con quienes la corte jagellón cultivó relaciones estrechas.
Estas influencias se reflejaron en la famosa arquitectura de Cracovia, capital real hasta que esa condición pasó a Varsovia en 1611.
Esto engendró un resentimiento que después creció en movimientos nacionalistas separados —lituano, bielorruso y ucraniano—.