Cuando los dioses despertaron, la luz se esparció por el universo, y todo tuvo movimiento, como en sus sueños.
[4] Según este mito, desde los llanos del Oriente llegó a la Sabana de Bogotá, hace mucho tiempo, un hombre desconocido, de piel blanca y ojos azules, con el cabello y la barba larga hasta la cintura, cogida la cabellera con una cinta, con los pies descalzos, y vistiendo una manta o túnica hasta las pantorrillas, atada con un nudo sobre el hombro derecho.
Desde Bosa fue a Fontibón, Funza, Serrezuela (actual Madrid, Cundinamarca) y Zipacón, desde donde tomó rumbo hacia el Norte.
Allí le fueron a visitar los cacique de Ganza, Bubanza (Busbanzá), Socha, Tasco, Guaquirá y Sátiva, en ese orden, alcanzando grandeza para sus pueblos según iban llegando.
Siempre eran hombres y no se les permitía casarse ni tener ningún tipo de contacto sexual.
Pasaban la mayor parte de las noches mascando hayo y hablaban muy pocas veces, sólo en lo necesario.
La práctica del mambeo era muy importante entre los chyquy, ya que los ayudaba a permanecer en constante estado de vigilia.
Si alguien era descubierto espiando, esa persona era amarrada a una viga y ejecutada con una ráfaga de flechas.
[15] Los mohanes, o mojanes, eran sacerdotes libres e informales, alejados de los templos y centros religiosos.
Se untaban el cabello con ceniza y cubrían sus cabezas con pieles de animales cuando danzaban.
[13] Además de los templos, los muiscas consideraban sagrados a muchos sitios naturales como montes, cerros, peñas, lagunas, bosques, ríos, árboles y fuentes de agua, entre muchos otros, a los que veneraban, no solo por considerar que allí habitaba alguna divinidad, sino también porque creían que había lugares estratégicos para el equilibrio de la naturaleza.
Los muiscas consideraban a ciertos bosques como sagrados, de modo que no osaban cortar ni un árbol, ni siquiera una rama de aquellos bosques, pues decían que estaban consagrados a los dioses.
Al pueblo sólo se le concedía ese honor durante los días de algunas ceremonias religiosas.
Los muiscas distinguen tres tipos de casas ceremoniales: los cusmuy,[24] los chunsua[25][26] y la Cuca.
Las ofrendas dadas a los dioses por los muiscas consistían principalmente en tunjos de oro, plata y cobre con formas antropomorfas o de animales como serpientes, ranas, lagartijas, mosquitos, hormigas, gusanos, tigrillos, monos, mariposas y aves, entre otros, además de diademas, brazaletes, vasos y casquetes, muchas veces adicionándoles esmeraldas.
[27] Una forma de ofrendar a los dioses era libando agua al interior del templo, y encendiendo sahumerios.
La sangre era derramada sobre el suelo del templo atando todas las cabezas de las aves y dejándolas colgadas.
Al joven se lo tendía en una manta sobre el suelo, y allí era degollado con un cuchillo de caña.
La sangre era recogida en una totuma y luego untada en unas piedras sagradas en las que debían dar los primeros rayos del Sol.
El cronista Fray Pedro Simón relató cómo los muiscas: «No desamparaban sus enfermos como lo hacían otras naciones cuando estaban en el artículo de la muerte, pues antes se juntaban muchos a verle morir, hasta que había expirado».
Unas veces se secaban los cuerpos de los difuntos a fuego lento sobre fogones; otras, eran enterrados dentro de templos o bohíos; y otros eran enterrados directamente en los campos, envueltos en una manta, y sobre su sepultura se sembraba un árbol.
[31] El duelo continuaba seis días con encuentros familiares, en medio de cantos a la memoria del difunto, música, coca, chicha y bollos de maíz, como refiere Fray Pedro Simón: «La gente más honrada lloraba sus difuntos otros seis días después de enterrados, y aun les hacían por algunos tiempos sus aniversarios, convidando para éstos sus deudos y parientes que juntos lloraban al difunto al son de unos tristes instrumentos y voces que cantaban en endechas los grandes hechos del difunto.
Alegrábanse al último con chicha y mascando hayo (...) La gente ordinaria convidaba para estos llantos, y con bollos de maíz que daban al fin de ellos a los convidados, quedaban acabadas las exequias».
En la balsa entraban los cuatro principales Uzaques (nobles de sangre pura), también desnudos, y cada cual llevaba su ofrecimiento.
En ese momento, se alzaba una bandera, que hacía la señal para el silencio.
Cuando acababan, se bajaba la bandera, que durante el ofrecimiento había permanecido alzada, y partiendo la balsa de nuevo hacia la orilla, se alzaba un griterío con música y danzas alrededor de la laguna, con lo que quedaba investido el nuevo Zipa.
[38] Cerraba la procesión el cacique, ataviado con los mejores adornos, el poder se escenifica: «El último lugar llevaba el rey o cacique con el más costoso adorno y majestad que le era posible, y aunque era crecidísimo el número de gentes que le seguían y la diferencia de los trajes en que iban, denotaba ser parcialidades distintas (…) y lo que no parecerá creíble (…) era la gran cantidad de oro que iba en ellas en tan distintas joyas, como eran máscaras, mitras, patenas, medias lunas, brazaletes, ajorcas y figuras de varias sabandijas (…) por muy de mañana que se diese principio a esta fiesta no se hacía poco en volver a la noche con la procesión a palacio, donde se gastaba de su chicha».
Termina su relato el cronista consignando la dificultad que tuvieron para acabar con esta popular fiesta muisca: «Estas procesiones se continuaron por muchos años después de conquistado el reino, y ninguna ceremonia se desarraigó de sus naturales con tanta dificultad como ella».
Porque decían que la red era instrumento suyo, pues mataban con ella las aves; el estar desnudos representaba, cómo deja a los hombres cuando los acomete, pues quedan desnudos de todas sus cosas de esta vida; y a lo mismo aludía el no comer ni beber en todo el día, pues también los privan de eso.