Las reformas buscaban reacomodar tanto la situación interna de la Península como sus relaciones con las provincias ultramarinas, ambos propósitos respondían a una nueva concepción del Estado, considerando como principal tarea volver a abogarse todos los atributos del siglo XVIII, poder que había delegado en grupos, corporaciones y asumir directamente la dirección del poder español que mostraba signos de decadencia.
La riqueza se encontraba mal distribuida; como observó Alexander von Humboldt, México es el país de la desigualdad.
La conspiración de Querétaro lo atrajo a su causa y aprovechó su enorme ascendiente sobre los indios.
Los criollos y peninsulares adinerados se enfrentaron a Hidalgo en la Alhóndiga de Granaditas (Guanajuato), donde habían concentrado sus fuerzas.
La victoria supuso una matanza de blancos, ya que latía en la guerra el odio racial.
Sólo una política muy hábil hubiera podido retener a los criollos para la Corona y España, pero los liberales peninsulares precipitaron la caída del colonialismo americano.
En 1820 aceptó el mando como comandante en jefe para luchar contra Guerrero, al que procuró atraerse a su causa.
Desde el momento en que España colonizó América hubo un interés de otras potencias por obtener posesiones.
La defensa española no fue efectiva, pues las milicias que salvaguardaban las costas solo podían brindar protección en los puertos.
Para asegurar la defensa del territorio colonial, la reforma administrativa de Gálvez se complementó con cambios en la esfera militar.
Las milicias estaban integradas por los vecinos obligados a recibir instrucción militar para la defensa de su territorio, que a diferencia de quienes integraban el ejército regular, nunca recibían paga por ello.
Esto incluía la restricción de los privilegios y exoneraciones fiscales que gozaban las órdenes religiosas.
Desde los años treinta del siglo XVIII comenzaron a expandirse los ideales de la ilustración.
Hubo una difusión del racionalismo y la nueva filosofía de la naturaleza en América, sobre todo gracias a los jesuitas.
Como es de suponerse, las reformas económicas trajeron consigo múltiples efectos y consecuencias, tanto positivas como negativas.
Obviamente hubo beneficios, se permitió ampliar los negocios entre ciertos territorios (Trinidad, Margarita, Cuba, Puerto Rico).
Todo esto fue interrumpido con el decreto que suprimía las funciones de los alcaldes mayores.
En 1770 el libre tráfico comercial fue autorizado para las Antillas, se permitió comerciar con Perú y Nueva Granada.
Por ello, se levantó un reclamo y por primera vez en la historia del virreinato todos los sectores afectados expusieron al monarca por escrito sus críticas contra el decreto en cuestión.