Empezó a construirse en el siglo XVII y volvió a ser un enclave estratégico durante el enfrentamiento entre España y Portugal en la llamada Guerra de Restauración portuguesa (en portugués: Guerra da Restauração), contienda que se libró entre los años 1580 y 1640, que puso fin a la monarquía dual y terminó con el Tratado de Lisboa de 1668 en el cual se reconoció la independencia total de Portugal.
Pero no fue hasta mediados del siglo XVII cuando se empezaron a construir los elementos más importantes y voluminosos elementos del recinto como son sus grandes baluartes, sus revellínes que son unas fortificaciónes triangulares situadas frente al cuerpo de la fortificación principal –generalmente al otro lado de un foso– cuyo objetivo es dividir a una fuerza atacante y proteger los muros de cortina mediante fuego cruzado, sus fortínes y sus «muros ataludados», es decir, no muros verticales sino ligeramente inclinados hacia el exterior que se quiere defender, que tenían un gran espesor, baluartes en las esquinas y «garitas de vértice», y demás elementos necesarios para defenderse contra la moderna artillería.
[5] Se construyeron baluartes muy destacados y conocidos como son los de los Clérigos, San Antón, del Rollo, Paniagua y el del Rollo para defender a la parte extramuros de la población ya que el único que existía era para defender el castillo y la llamada «villa vieja».
Extramuros de esta muralla circunvalante existían dos «fuertes exteriores o exentos», los de San Marcos y San Pedro, cuya misión era proteger el recinto a mayor distancia.
[6] Durante todo el siglo XVIII se añaden nuevas y definitivas construcciones defensivas que resultaron de tan gran importancia que de su evolución y finalización quedaron registros fehacientes en los distintos planos que se realizaron hasta el mismo siglo XIX.