Más tarde, hacia 1860, comenzó a construir sobre el lugar una quinta que fue una finca de recreo familiar al estilo de las muchas que por esos años se levantaban en la zona.
Construida con gruesos muros de mampostería, podía apreciarse desde el frente, el ritmo impuesto por pilares que marcaban las aberturas.
Construcción lujosa para la época, contaba además con amplias dependencias de servicio, una enorme cochera, un invernadero calefaccionado, una noria (esta última se conserva en la actualidad en su emplazamiento original dentro del Parque Rivadavia y un lago artificial.
La casa fue residencia permanente de la familia desde 1871 y durante el periodo en que la fiebre amarilla asoló Buenos Aires.
Los Lezica, aviniéndose a la expropiación, solicitaron que, en el futuro, el lugar conservara su nombre.