Por su parte, la proyección positiva se da cuando el sujeto atribuye a otra persona cualidades dignas de ser admiradas, envidiadas o amadas; además, es un componente habitual —incluso necesario— en el proceso del enamoramiento.
Aunque el término fue utilizado por Sigmund Freud a partir de 1895 para referirse específicamente a un mecanismo que observaba en las personalidades paranoides o en sujetos directamente paranoicos, las diversas escuelas psicoanalíticas han generalizado más tarde el concepto para designar una defensa primaria.
[1] Como tal, se encuentra presente en todas las estructuras psíquicas (en la psicosis, la neurosis y la perversión).
El materialismo e idealismo filosóficos no son materia de este artículo.
El poeta no dice «yo estoy triste», sino «ese árbol llora la / tristeza de mis amores perdidos».
De este modo, el «mundo» podría ser una configuración que proyectamos continuamente.
Un ejemplo de la vida cotidiana podría ser lo que se denomina «deformación profesional».
El comerciante por antonomasia ve su mundo como cosas que pueden comprarse o venderse.
El mundo interno con su estructura o Gestalt conforma de modo muy especial lo que se ve, y una misma situación «objetiva» es percibida de distinto modo por los diferentes sujetos que a ella se enfrentan.
Breuer, con quien Freud trabajó en los inicios de sus investigaciones sobre la histeria, no sabía qué hacer cuando las pacientes histéricas se echaban a sus brazos.
Allí no era, claro está, Breuer, sino una figura paterna, el objeto amado.
Freud enfrentará estas cuestiones con una tranquilidad de la que su colega no pudo disponer.
[5] Este concepto fue desarrollado luego por Otto F. Kernberg en el contexto de sus aportes a la discusión sobre la personalidad limítrofe (borderline).