Dislexia

La dislexia (del latín científico dyslexia, y este del griego δυσ- dys-: ‘dis-’ —prefijo que significa ‘dificultad’ o ‘anomalía’—, y -λεξία -lexía: ‘habla’ o ‘dicción’)[1]​[2]​ es la dificultad de aprendizaje que afecta a la lectoescritura.

[3]​[4]​ Se da en personas que no presentan ninguna discapacidad motriz, visual ni de cualquier otro tipo.

Estudios similares han constatado que existe un funcionamiento pobre de esta región cerebral.

La conciencia fonológica es el conocimiento que tenemos las personas para dividir el habla y la escritura en estructuras cada vez más pequeñas.

Por su parte, el retraso lector es un trastorno lector motivado por causas específicas: lectura superficial, mala escolarización, etc. Otra distinción muy importante que confirmaron Bowers y Wolf (1999, 2000) es consecuencia de un hecho conocido pero a veces ignorado: no todas las personas mejoran con el mismo tratamiento (tradicionalmente asociado a un déficit fonológico), incluso dentro de un grupo aparentemente homogéneo de disléxicos (disléxicos evolutivos, por ejemplo).

La ruta fonológica es aquella que nos permite leer las palabras regulares a partir de segmentos más pequeños (sílabas).

Sin embargo, los sujetos con este tipo de dislexia tendrán problemas en aquellas palabras cuya escritura no se corresponde de forma directa con su pronunciación (homófonas); esta situación se da fundamentalmente con los anglicismos como hall, thriller o bestseller.

En castellano, estas palabras son raras (hola, ola) por ser una lengua transparente (son lenguas transparentes aquellas en las que un grafema solo puede corresponder a un fonema; es decir; que siempre se corresponde de manera directa y unívoca la escritura con la pronunciación)... salvo todas aquellas «U» mudas que se escriben junto a la «g» y la «q», y los fonemas representados por más de una letra g/j, k/c/qu, ll/y, b/v, o c/z.

Dislexia fonológica: es aquella en la que el sujeto utiliza de forma predominante la ruta visual para leer las palabras.

Sin embargo, una dislexia de este tipo en la población española apenas tendría consecuencias en la vida diaria del sujeto y sería difícilmente diagnosticable.

Podría ser que debido a diferentes causas, como, por ejemplo, una alta inteligencia, hubiesen compensado o enmascarado su trastorno hasta que la creciente exigencia de comprensión de los textos académicos hubiese dejado al descubierto su trastorno.

[9]​ En general, estos trastornos se observan por primera vez cuando el sujeto está aprendiendo a leer, aunque pueden estar latentes desde mucho antes.

[10]​ Al mismo tiempo puede ocurrir que la dislexia no se diagnostique hasta muchos años después.

Sin embargo, hay acuerdo en que, cuanto antes se empiece el trabajo rehabilitador, menores van a ser las consecuencias.

En este período es importante observar cómo se encuentran los requisitos del aprendizaje de la lecto-escritura.

En algunos casos, comienzan a evidenciarse déficits en otras áreas académicas, como, por ejemplo, las matemáticas (discalculia).

Por eso los niños pequeños leen de forma lenta, cometen errores en la decodificación grafema-fonema (letra-sonido) y tienen grandes dificultades para la comprensión.

Por ello, en la reeducación es importante encontrar actividades que sean motivadoras para el niño, acercándole de una manera más lúdica a la lectoescritura.

La necesidad de este tratamiento diferenciado está muy unido a los cambios en el curso del trastorno.

Para ello se utilizarán materiales orales (aún no se ha comenzado la lectura), en los que los niños deberán crear rimas, derivar palabras, dividir palabras en sílabas, etc. Entre los 7 y los 10 años, los objetivos serán, por un lado, aumentar la conciencia fonológica, tanto oral como escrita; y por otro, mejorar la automatización de la mecánica lectora.

Por tanto será fundamental encontrar textos adecuados a la edad e intereses del sujeto y motivarle de forma que leer le resulte una actividad atractiva.

Las estrategias de compensación son todas aquellas que sin modificar las capacidades deficitarias del sujeto le facilitan su adaptación a la vida diaria apoyándose en sus puntos fuertes.

Con respecto al GWAS realizado en hombres, se identificaron 6 variantes genéticas significativas (presentes en los genes CADM2, STAG1, PET112, IER5L, DNMT3B y ARFGEF2).

Estas variantes también resultaron significativas en el GWAS principal, por lo que no se observó especificidad en el sexo masculino.

Sin embargo, no se observó especificidad para ningún tipo de célula cerebral (neurona, astrocito u oligodendrocito).

De estos 98 rasgos estudiados, 63 mostraron correlaciones genéticas significativas con la dislexia, los cuales podemos ver representados en la Fig.

Las variantes genéticas identificadas en este estudio ofrecen una sólida base para que investigaciones futuras puedan desarrollar biomarcadores específicos asociados con la dislexia.

Estos biomarcadores podrían convertirse en herramientas clave para la detección temprana de la dislexia en individuos, facilitando intervenciones y apoyos educativos más efectivos desde las etapas iniciales del desarrollo.

Fig. 1. Diagrama de Manhattan del estudio GWAS. El eje y representa el valor P de -log10 para la asociación de SNPs con la dislexia. Las 42 variantes significativas se representan en rojo.
Fig. 2. Diagrama de Manhattan obtenido en el estudio GWAS específico para mujeres. El eje y representa el valor P de -log10 para la asociación de SNPs con la dislexia. Las 17 variantes significativas se representan en rojo.
Fig. 3. Correlaciones genéticas (rg) significativas (P < 5 × 10-4) entre el diagnóstico de dislexia. La línea vertical indica una correlación genética de cero, y las líneas horizontales dividen grupos de rasgos relacionados.