Con el posromanticismo los escritores y artistas, incómodos y disconformes, pero sin rebelarse a fondo contra la forma de vida burguesa como hicieron los románticos, se refugian en su intimidad, en la soledad, en la marginalidad (exagerando los principios materialistas del realismo y extendiéndolos a capas sociales, entornos y temáticas que rehúye la burguesía mediante la estética del naturalismo), en el opuesto esteticismo, en la postura dandy o snob o evasivo-aventurera (Emilio Salgari, Jack London, Julio Verne, Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson...), o bien desdoblan su identidad burguesa creándose máscaras de heterónimos (los monólogos dramáticos de Robert Browning) o recurriendo al tema del «doble» (El doctor Jekill y Mr.
La poesía, por el contrario, seguirá siendo romántica, pero buscará lo íntimo, subjetivo y personal en su forma más desnuda, o bien enmascarándose y refugiándose a veces en formas como el monólogo dramático, en que el poeta encarna la voz de personajes ficticios literarios o históricos reales con los que se identifica y cuyas máscaras interpone como defensa de su subjetividad.
En su seno existe una angustia expresada por un conflicto insuperable entre el romanticismo y el realismo, que a veces para en la regresión o pulsión de muerte, por lo que con frecuencia suelen ser interpretados sus autores como románticos descolgados; en filosofía, son decantadamente pesimistas: Philipp Mainländer, Eduard von Hartmann.
En la música, se funde el posromanticismo en Serguéi Rajmáninov, Richard Strauss y Gustav Mahler.
A este posromanticismo se pueden añadir un grupo de bohemios y malditos formado por el ya citado Joaquín Dicenta, Manuel Paso, Pedro Marquina, Florencio Moreno Godino, Antonio Altadill, Pelayo del Castillo, Pedro Escamilla y Roberto Robert.