En ella el papa condenó el modernismo teológico y tomaba medidas para evitar que su error dañase a la fe de los católicos.
Esa visión historicista de la iglesia se presenta claramente en The Church and the future (1903), publicada bajo seudónimo por George Tyrell, donde afirmaba que «Cristo dejó un espíritu, no una doctrina; los dogmas no podían ser otra cosa que una "aproximación necesariamente falible" a la verdad divina y, en consecuencia revisable».
La encíclica pasa enseguida a exponer estos errores, en cuyo origen se encuentra un planteamiento agnóstico, como si no fuese posible a la razón conocer la existencia de Dios, rechazan así la enseñanza del Vaticano I que decretó: Queda desechada así no solo la revelación sino también la capacidad de la razón para conocer a Dios, y con ello los verdaderos fundamentos de la religión.
Para ellos los libros sagrados no suponen más que una colección de experiencias extraordinarias de creyentes, que han recordado y reelaborado hechos pasados (así sucede en los libros históricos), o hace lo propio con el posible futuro (actúa así en los escritos apocalípticos).
"a aquellos que osan..., conformándose con los criminales herejes, despreciar las tradiciones eclesiásticas e inventar cualquier novedad..., o excogitar torcida o astutamente para desmoronar algo de las legítimas tradiciones de la Iglesia católica"; y, si así actúa, en estos temas, con la misma fuerza atacan al magisterio y a quienes lo defienden.