En esta obra, Loisy escribió un párrafo a menudo interpretado de manera errónea: «Jesús anunció el Reino, y fue la Iglesia la que vino», (“Jésus annonçait le Royaume, et c'est l'Église qui est venue”).
El objeto del libro, según las memorias de Loisy, era acercar al católico a las discusiones de la exégesis más reciente y demostrar que la Iglesia era un desarrollo evolutivo del Evangelio, en cuanto tal no solamente necesario, sino legítimo.
«En torno de un pequeño libro» (Autour d'un petit livre) se divide en siete cartas.
En la quinta carta, Loisy subraya cómo los Evangelios atribuyen el fundamento de la Iglesia a Cristo resucitado.
Así, la Iglesia no fue establecida por Jesús «viviendo en la carne», sino que nació de la fe en Cristo glorificado.
En la séptima carta, que trata de los sacramentos, Loisy explica cómo incluso los ritos seguramente atestiguados en las comunidades cristianas primitivas, el bautismo y la cena eucarística, no habían sido instituidos por Cristo.
Una vez más Loisy no había aportado la retractación solicitada por la Santa Sede, y él mismo era consciente de ello, tal como había escrito la palabra acepto "a propósito de no decir: creo firmemente".
En lo que de mí dependa, me someto a la sentencia dictada contra mis escritos por la Congregación del Santo Oficio.
Para certificar mi buena voluntad y reconciliar las almas, estoy dispuesto a abandonar la enseñanza que profeso en París y suspenderé también las publicaciones científicas que tengo en preparación [...]» El Papa respondió al cardenal Richard con una carta en italiano que el arzobispo, después de haber convocado a Loisy el 12 de marzo, le tradujo oralmente.
Por tanto, juzgó "absolutamente necesario que, al confesar sus errores, se sometiera, plenamente y sin restricciones, a la sentencia pronunciada por el Santo Oficio contra sus escritos".
Concluyó que la Iglesia no le impuso silencio, sino que lo invitó a seguir escribiendo en defensa de la tradición, según el precepto dado por san Remigio a Clodoveo: «Succende quod adorasti et adora quod incendisti».
Acordaron juntos escribir una última carta, sin expresar ninguna reserva sobre los errores a condenar.
La carta, que fue entregada por Thoureau-Dangin al arzobispado ese mismo día, era muy breve: «Declaro a Vuestra Eminencia que, en espíritu de obediencia a la Santa Sede, condeno los errores cometidos por la Congregación del Santo Oficio ha condenado en mis escritos".
Su primera obra la dedicó a criticar el individualismo protestante de Harnack y daba en ella una fuerte defensa del catolicismo.