Tras múltiples investigaciones de diversos procedimientos y técnicas fotográficas, presentó un nuevo sistema de impresión fotográfica basado en el papel a la albúmina, que él mismo había diseñado.
Esta innovadora propuesta no tenía las limitaciones propias de las copias realizadas en papeles a la sal.
Algunos fabricantes, mediante soluciones ácidas desnaturalizaban la albúmina para que la mezcla fuera más homogénea y menos viscosa, propiedad proporcionada por la composición característica del huevo.
Estas variaciones en el proceso de fabricación dieron lugar a papeles con distintas texturas y brillos.
El papel así sensibilizado se ponía en contacto con un negativo dentro de una prensa de contactos, y se exponía a la luz del sol varios minutos, hasta que la imagen tuviese la intensidad deseada.
[2] Las copias a la albúmina correctamente procesadas y viradas al oro se han conservado en muy buen estado, presentando gran intensidad transcurridos más de 100 años.
Muchos museos, bibliotecas, archivos y coleccionistas conservan centenares o miles de copias a la albúmina que datan del siglo XIX.