Muchas de estas novelas ostentan protagonista colectivo, no solo (una clase social, un oficio, una familia, un barrio, un pueblo o una ciudad); si se ejerce el objetivismo o el neorrealismo, se emplea una técnica descriptiva de tipo conductista o behaviorista y una estructura narrativa lineal, con un cronotopo reducido, y se utiliza un lenguaje sencillo o fácilmente comprensible para un destinatario que se pretende general (El Jarama, 1955, de Rafael Sánchez Ferlosio); abunda el diálogo, en tono coloquial; el narrador, en tercera persona, no interviene apenas.
Pueden citarse al respecto como sus novelas sociales más prototípicas La taberna (1876), Germinal (1885), que narra una huelga, y Naná.
En la actualidad, Michel Houellebecq realiza también novelas de realismo crítico que analizan y atacan la sociedad contemporánea.
En Inglaterra Charles Dickens ya se había mostrado muy crítico con la burguesía en Los papeles del club Pickwick y sus novelas sobre pobres desheredados, algunas de ellas autobiográficas, como David Copperfield, reflejan claras preocupaciones sociales y morales, aunque no tintas tan negras como el naturalista Thomas Hardy en sus novelas Jude el obscuro o Tess, la de los d'Urberville.
Ya en el siglo XX vinieron las obras de los Angry Young Men / Jóvenes airados: autores como John Wain, Kingsley Amis, Thomas Hinde, John Braine y Alan Sillitoe (La soledad del corredor de fondo).
Dalton Trumbo, asimismo, muestra las consecuencias de la guerra en Johnny cogió su fusil.
Con el importante precedente de la novela picaresca, que introduce por vez primera en la narrativa europea al antihéroe, y el género celestinesco, tal vez la primera novela estrictamente social escrita en español es Los enredos de un lugar (1778-1781), de Fernando Gutiérrez de Vegas, cuya segunda edición corresponde al año 1800 y que ya trata un tema tan importante como el caciquismo y la corrupción política y social.
[2] Después de haber criticado el fanatismo y la intolerancia bajo supuestos krausistas, mucha narrativa social escribe Benito Pérez Galdós, por ejemplo La desheredada (1881), Miau (1888) y Misericordia (1897), así como sus cuatro novelas sobre el usurero Francisco Torquemada (1889-1995).
Su obra maestra es Los caimanes (1931) y sobre la corrupción política escribe en 1925 la autobiográfica El juez que perdió la conciencia.
También hay que mencionar El tungsteno (1931), del peruano César Vallejo, más reconocido como poeta.
[7] La censura franquista diluye los contenidos sociales de autores como Juan Antonio Zunzunegui, Tomás Salvador, Miguel Delibes (Cinco horas con Mario) y Camilo José Cela (La colmena, 1951).
[12] En Hispanoamérica cabe mencionar Los mataperros, del argentino Alejandro Frías, que encuentra en la marginación social el origen de la delincuencia y la violencia.